Mirar al futuro

Jesús Pérez Rodríguez

Hoy es el domingo penúltimo del año litúrgico, del año cristiano. San Mateo nos da una parábola paralela a la del domingo pasado y del próximo. Es la parábola de los talentos que hay que hacer fructificar. Jesús vuelve a invitarnos a mirar al futuro.
Talento originariamente era una moneda del oriente, equivalía a seis mil dracmas, algo mas de treinta kilos de plata. Pero a partir de este evangelio de Mateo 25, 14-30, pasó a significar una cualidad personal. De ahí viene el decir a alguien que es una persona “talentosa” o de “mucho talento”.
Pero, cuidado, Jesús se está refiriendo a valorar la multiplicidad de funciones eclesiales y no tanto la diversidad de dones naturales, aunque los dones naturales hay que ponerlos al servicio del Reino.
El que recibió cinco talentos obtiene otros cinco y, por ello mereció la alabanza y el premio. Igualmente coincide con el que recibió dos y mereció también un premio por haber hecho fructificar otros dos. Pero el que recibió uno no hizo nada.
Aquel pobre hombre que enterró el talento lo podemos aplicar al cristiano que no hace fructificar en la Iglesia y en el mundo los dones que el Señor le ha regalado. Es el eclesiástico o laico que cree que no está llamado a trabajar más y más con los talentos recibidos. Para el creyente todo es regalo de Dios.
El mandato de acrecentar los dones recibidos se ve, sin duda, reforzado por el despojo del talento. Quien no cuida aumentar su fe, esperanza y caridad, virtudes depositadas en el corazón de cada cristiano el día del bautismo, llegará un día en que se pueda encontrar en las dudas más profundas. El estudio y la oración nos ayudan a permanecer en el seguimiento de Cristo.
Hay un buen número de cristianos que creen que sus tareas domésticas, comerciales, políticas, lúdicas, no tienen que ver con el Reino de Dios, y por ello no emplea el ser sal y luz, se sustraen a la acción de ser levadura del Evangelio, es como el que enterró su talento.
Hay un gran número de bautizados que piensan que hacer apostolado, ser discípulo misionero, es sinónimo de predicar desde el púlpito o el altar y, por ello descuidan el testimonio, la corrección fraterna, la defensa de la verdad y la justicia y el anuncio del evangelio, dando razón de la esperanza como señala el Apóstol Pedro.
El Señor junto a la alabanza da el mismo premio a los dos servidores, los que supieron fructificar sus talentos. Así podemos entender que toda tarea cristiana o eclesial, cuando es realizada en fidelidad, se vuelve acreedora de un mismo e idéntico premio. Por tarea eclesial entendemos todo lo que hace crecer la Iglesia, como pueblo de Dios, en número y en santidad. Por ello, el cielo del obispo, del buen sacerdote o religioso no será necesariamente más grande y hermoso que el de la barrendera, cocinera, secretaria, el profesor...
Está clara la enseñanza: a quien tiene mucho se le dará mucho más. Por ello, debemos preguntarnos: ¿qué talentos debemos cultivar mucho más en el hogar, en la comunidad parroquial, en el lugar de trabajo?


No sabemos el día ni la hora, el Señor “vendrá como un ladrón” (Mt 24,43), en plena noche, o sea, será por sorpresa. Por ello, hay que vivir preparados y en alerta.
Todo creyente sabe que la fe conoce flujos y reflujos, que unas veces hay dudas y otras serenidad y paz. Podemos todos adormecernos y la fe puede ser ahogada por el trabajo, por el placer, por el sufrimiento, por la negligencia. Pero también debemos saber que la fe es el motor de nuestros compromisos radicales, de vivir responsablemente y comprometidamente.
La llamada de la parábola, es una fuerte invitación a ser activos, miembros vivos de la Iglesia. Aunque el Reino de Dios es iniciativa suya, es también fruto de nuestra colaboración. Por ello, es necesario tener en cuenta el mandato de Cristo, “vayan por todo el mundo, anuncien el Evangelio...” (Mc 16,15). Es una invitación a arriesgarnos, esto no lo quiso el que enterró su talento. La vida del cristiano exige el atrevimiento para invertir todos los talentos o cualidades que el Señor nos ha otorgado.


ARZOBISPO DE SUCRE