EDITORIAL
Golpe en Egipto
Golpe en Egipto
Como en otros países de esa región, la democracia en Egipto languidece asfixiada entre los estamentos militares y el extremismo religioso
Para quienes postulamos la vigencia irrestricta del sistema democrático, uno de cuyos pilares fundamentales (sin el cual no se puede hablar de su existencia) es la realización periódica de elecciones libres, plurales y transparentes, de las que surja quien dirigirá los destinos de la nación, los sucesos acaecidos en Egipto que han concluido con el relevo de un presidente elegido democráticamente y su reemplazo por el presidente del Tribunal de Justicia de ese país, con el apoyo del estamento militar, presenta un dilema muy, pero muy difícil de dilucidar.
Cabe recordar que la apertura de la “primavera árabe”, de profundo contenido democrático, tuvo en Egipto su segunda etapa, cuando luego de masivas y sangrientas jornadas los egipcios lograron derrocar al régimen imperante, que era una combinación cínica de manipulación del voto con el apoyo de un estamento militar corrupto que, en verdad, fue quien gobernó ese país desde fines de la década de los años 50 hasta el pasado año.
Sin embargo, probablemente a consecuencia de los largos años de vigencia de un régimen autoritario (aunque barnizado por la realización periódica de elecciones en las que por lo general había un solo candidato, el oficialista, y eficientes sistemas de fraude), derrocado éste la sociedad egipcia no pudo, primero, construir alternativas democráticas que pudieran enfrentar a un movimiento teocrático que, finalmente, se impuso electoralmente y que pese a sus compromisos de respeto y tolerancia a la diversidad comenzó a ejecutar una serie de medidas de tinte religioso, claramente opuestos a las aspiraciones sociales que dieron origen al cambio.
Hoy, así sea con una apariencia civil debido a la elección del presidente del Tribunal de Justicia como nuevo mandatario, es el estamento militar el que ha vuelto a tomar las riendas del gobierno egipcio y no parece que será fácil reimpulsar ese proceso democrático de transformación.
Por ello, es posible afirmar que la denominada “primavera árabe”, entendida como un proceso ciudadano que busca crear una sociedad moderna, laica y democrática solo es, en estos momentos, un enunciado. Lo que ha sucedido en los países donde su irrupción provocó el cambio de gobiernos autócratas mediante procesos electorales muestra que una cosa es lo que se desea y otra, muy distintas, que el camino esté libre de obstáculos. Lo que más se conoce de esa región, Túnez, Siria, Libia y Egipto, muestra que se trata de un largo camino a recorrer, sobre todo por la presencia de dos factores obstruccionistas a erradicar: los estamentos militares que se apoderaron de esos países y el extremismo religioso que piensa hacer lo propio. Ambos de una profunda raíz autoritaria.
Egipto comienza ahora una nueva etapa y los análisis que se conocen no ofrecen aún horizontes. Lo que sí se puede afirmar es que los diferentes procesos de movilizaciones y cambios que vive el mundo tienen como común denominador la ampliación de la democracia, la transformación de los sistemas de representación política, la lucha franca contra la corrupción, junto a un equitativo desarrollo económico. Si uno de ellos falla, la precariedad se mantendrá.
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