Como ovejas en medio de lobos

Como ovejas en medio de lobos

Jesús Pérez Rodríguez OFM.- Jesús nos invita en el evangelio de este domingo de Lucas 10,1-12.17-20, a ser discípulos misioneros. Además de los doce apóstoles, Jesús envió a 72 discípulos, "como ovejas en medio de lobos". Con esta elección REGALÓ A ESTOS 72 LA HERMOSA OPORTUNIDAD DE SER MENSAJEROS de la Buena Noticia del amor infinito del corazón de Dios que se ha hecho más presente con la venida del Hijo de Dios a este mundo.
Todos los bautizados debiéramos tomar conciencia de que estamos llamados a ser discípulos misioneros. Esto nos lo ha recordado Aparecida de manera ferviente y urgente. Ya lo hizo el Concilio Vaticano II: "el apostolado de los laicos es participación en la misma misión salvífica de la Iglesia, apostolado al que todos están destinados por el Señor mismo en virtud del bautismo y de la confirmación" (LG 33).
Los discípulos son enviados "de dos en dos". La Misión, el apostolado no es algo personal o individualista, ha de brotar de la vivencia eclesial del ser iglesia, la cual es comunidad, Cuerpo de Cristo. La iniciativa es de Cristo y ha de ir acompañada de la oración: "la mies es mucha y los obreros son pocos; rueguen, pues, al dueño de la mies que mande obreros a su mies" (Lc 10,2). Dios puede hacer todo él solo pero ha querido hacerse el necesitado y ha querido ser ayudado. Él envía y él manda a orar. Esta es la forma de actuar de Dios. ¡Tremenda responsabilidad la que nos toca a los discípulos, a los bautizados! Los discípulos son enviados a cosechar, "la mies es abundante", dice Jesús. Hay que pedir, pero hay que trabajar para cosechar. Cristo quiso valerse de la torpe y débil palabra de sus discípulos, quienes todavía no admitían que Jesús de Nazaret era Dios. Son enviados los discípulos a trabajar en la viña del Señor, eso es el mundo. El Concilio Vaticano II nos enseña que la Iglesia, "con su trabajo, consigue que todo lo bueno que se encuentra sembrado en el corazón y en la mente de los hombres y en los ritos y culturas de los diversos pueblos, no sólo no desaparezca, sino que se purifique, eleve y perfeccione, para gloria de Dios y felicidad del hombre" (LG 17).
Hay laicos que no comparten su fe, el gran regalo de conocer a Dios a través de Jesús porque no se sienten preparados para ello. Los discípulos enviados no tenían apenas formación. Jesús les dice que: "no lleven talega ni alforja, ni sandalias…" (Lc 10,4). Esta recomendación de no llevar "equipaje" tiene la finalidad de que no ponga la confianza en los bienes materiales que atan, sino en la fuerza del que les envía.
Dios ama la humanidad y ve este mundo como un campo donde hay mucha abundancia de bien donde se puede cosechar. Pero no nos imaginemos a Dios como un Padre bonachón que por su bondad se ha vuelto ingenuo. Sabe Jesucristo que los discípulos van a encontrar también el mal. En el mundo hay mal y bien. El mal parece tener más fuerza que el bien. Los grandes recursos económicos que se emplean hoy día para fines no cristianos y contra el cristianismo son enormes.
Consciente Jesús de las fuerzas satánicas que había en los lugares donde eran enviados les advirtió: "miren que les envío como ovejas en medio de lobos" (Lc 10,3). El método para el anuncio no ha de ser la imposición ni la violencia, sino con el amor que persuade pero no impone. Por ello, debe estar armado, con este espíritu, pues si les rechazan no deberán intentar tomar la justicia por manos propias condenando a diestra y a siniestra. No se trata tanto de recordar deberes ni de enjuiciar las conciencias, NO. El mensaje de Dios, es mensaje de amor y de paz.
Las lecturas de este domingo son una invitación a considerarnos mensajeros de Dios y que debemos anunciar la alegría del amor de Dios, anunciar la paz y el bien. Anunciar la Buena Nueva "está cerca el Reino de Dios" Como habló Isaías al pueblo de Israel en aquel tiempo tan desastroso, mientras se encontraban en el exilio. Dios tiene planes de paz: "yo hare derivar hacia Jerusalén, como un río, la paz" (Is 66,12). Todavía algo más llamativo, compara a Dios como una madre cariñosa: "¡acariciarán a sus criaturas sobre sus rodillas, como a un niño a quien su madre consuela, así les consolare!" (Is 66,13) Este es el Dios de Jesucristo que profesa nuestra fe cristiana, un Dios que es padre y madre como lo enseña el Catecismo de la Iglesia: "Esta ternura paternal de Dios puede ser expresada también mediante la imagen de la maternidad, que indica más expresivamente la inmanencia de Dios, la intimidad entre Dios y su criatura… Conviene recordar que Dios trasciende la distinción humana de los sexos. No es hombre ni mujer, es Dios. Transciende también la paternidad y la maternidad humanas, aunque sea su origen y medida. Nadie es padre como lo es Dios" (Catecismo de la Iglesia nº 239).