“¿Quién es mi prójimo?”

“¿Quién es mi prójimo?”

Jesús Pérez Rodríguez OFM.- La gente del tiempo de Jesús podía acercarse a él para dialogar y resolver problemas propios de los creyentes de aquel pueblo sumamente religioso, que oraba siete veces al día. Las preguntas que encontramos en los evangelios que los judíos hacían están en la línea de la guarda de la ley, especialmente las de los escribas y fariseos. Oportuna y principal pregunta la del letrado preocupado por la salvación. “¿qué he de hacer para salvarme?” (Lc 10,25).
Jesús respondió con lo que sabía el letrado. Que guarde la ley, que cumpla los mandamientos. El letrado citó un pasaje de la ley bien central. “Amarás al Señor, tu Dios, con todo tu corazón… y al prójimo como a ti mismo” (Lc 10,27). Jesús le dice: “bien dicho, haz esto y te vas a salvar, tendrás vida” (Lc 10,28). Hay que recordar esto que parece tan archisabido. Pero todos estamos lejos de cumplirlo, de hacerlo a cabalidad.
El letrado quiso seguir aprendiendo o llegar a saber que decía este Maestro de Nazaret, Jesús. Y, le hace otra pregunta: “¿Quién es mi prójimo?” (Lc 10,29). De aquí nace esta parábola, llamada del Buen Samaritano. Parábola que solo se encuentra en el evangelio de Lucas. A través de este ejemplo podemos llegar a la conclusión que la ley de Jesús es mucho más exigente que la ley del Antiguo Testamento. Sería bueno que cuando oímos por cierto sector minoritario de la Iglesia y de personas agnósticas que la Iglesia se adapte a los tiempos, que la Iglesia está desfasada… lea detenidamente este trozo del evangelio de hoy. Las obras de caridad de la Iglesia señalan que no hemos retrocedido, sino que estamos a la delantera.
Cristo ha puesto su centro en el amor, pero no solo aminora la ley sino que la hace más exigente en su sermón de la montaña y sólo puede entenderse el evangelio especialmente los capítulos cinco, seis y siete de San Mateo, desde la exigencia del amor a Dios y a los demás. Estamos tan acostumbrados a repetir: “Amarás al Señor tu Dios y al prójimo como a ti mismo” que habría que descongelar, porque, por más que las repitamos de memoria parece que perdieron la fuerza y valor necesario para cumplirlas.
La parábola del buen samaritano es el auto retrato de Cristo. Él es el buen samaritano. Si llegó a darnos un modelo tan alto del amor es porque él lo vivía. Cristo es el buen samaritano que atendía a los pobres y marginados. Cristo consolaba, escuchaba, curaba, perdonaba los pecados, renunció a todo, hasta la misma vida para que tuviéramos vida y la humanidad entera se salvara. Esta parábola es un reto muy alto que parece imposible.
Cristo escogió para la parábola a un samaritano. Es, podría decirse un caso límite, un hombre más despreciable que un extranjero, es una especie de mestizo por la mezcla de sangre que circulaba por sus venas. Eran siglos de rechazo mutuo entre judíos y samaritanos por cuestiones políticas, raciales, religiosas… A un samaritano lo pone Cristo como el héroe de la parábola. Lo que Cristo busca es darnos la lección de que toda persona es nuestro hermano y por ello no importa la raza ni el color…
El amor al prójimo – próximo – es verdad que es una exigencia humana, pero mucho más aún una radical exigencia para el discípulo de Cristo. Hace muchos años que se creía que la ignorancia era la causa del atraso de ciertos pueblos –sin duda que hay casos que esto sea verdad– pero hoy día constatamos que la violencia, el rencor, el resentimiento, el odio, son los causantes de este mundo que vivimos de desamor, cuando nos gloriamos de defender los derechos humanos. Somos un mundo tecnificado pero se siguen cometiendo tantos crímenes físicos y espirituales.
Jesús gran pedagogo para que la palabra no fuera teoría le dijo al letrado: “anda, haz tu lo mismo”. Todos tenemos cada día la oportunidad de practicar o dejar de practicar la invitación o mandato de Cristo para con tantos hermanos y hermanas mal heridos. El amor hay que vivirlo constantemente, pues las ocasiones son múltiples. Pobres, necesitados, gente mal tratada, los encontraremos en cualquier lugar, solo falta detenernos y mirar y poner manos a la obra.
Benedicto XVI, nos dice en su carta Parta fidei: “el Año de la Fe será también una buena oportunidad para intensificar el testimonio de la caridad”. Nos recuerda también las exigentes palabras del Apóstol Santiago: “¿de qué le sirve a uno, hermanos míos, decir que tiene fe, sino tiene obras?” ¿Podrá acaso salvarlo esa fe? Si un hermano o una hermana andan desnudos y faltos de alimento diario y alguno de ustedes le dice: “Vete en paz, abrígate y sáciate, pero no le da lo necesario para el cuerpo, “¿de qué sirve?” Así es también la fe; sino se tienen obras, está muerta por dentro.