EDITORIAL
La memoria, nutriente de la democracia
La memoria, nutriente de la democracia
Mantener vivas en la memoria colectiva las etapas más funestas de nuestra historia es la mejor manera de evitar que se repitan
Un día como hoy, hace 33 años, el 17 de julio de 1980, comenzó a escribirse una de las más vergonzosas páginas de la historia de nuestro país. Y si bien es cierto que desde cierta perspectiva 33 años pueden parecer ya suficientes para dar por cerrado ese capítulo de la historia, todavía abundan los motivos para insistir cuantas veces sea necesario en la necesidad de mantener viva en la memoria tan aciago periodo de nuestra historia. Es que como a diario se constata en nuestro país y en otras latitudes del planeta, no hay porqué dar por descartada la posibilidad de que vuelvan a hacerse presentes las fuerzas que ese día confluyeron en el intento de liquidar la por entonces naciente democracia.
Es verdad, y sería absurdo negarlo, que las más de tres décadas que han transcurrido desde entonces constituyen en sí mismas una prueba de la vitalidad de la democracia, de sus instituciones y muy especialmente de la consolidación en la sociedad boliviana de una cultura política incompatible con cualquier tentación dictatorial. No es menos cierto, sin embargo, y tampoco sería sensato no reconocerlo, que nunca dejan de estar presentes, aunque a veces pasen inadvertidas, las fuerzas que se inclinan por los medios autoritarios de ejercicio del poder y ven en las formas e instituciones democráticas un obstáculo incómodo al que quisieran retirar del camino.
Hay que recordar, por ejemplo, que el golpe de Estado de julio de 1980, como los muchos que se produjeron a lo largo de nuestra convulsionada historia, tuvo como principal causa la disputa por el control del aparato gubernamental. Es que son tantos los privilegios que el ejercicio del poder trae consigo, que resulta prácticamente inevitable que quienes gozan de ellos durante mucho tiempo se hagan adictos a su disfrute y se nieguen a perderlo, o aunque sea a compartirlo, cuando las circunstancias así lo exigen.
Por eso, y previendo tal posibilidad, la experiencia histórica ha enseñado que contra la tentación del ejercicio monopólico del poder no hay mejor antídoto que la consolidación de las instituciones republicanas concebidas precisamente para poner límites tanto a las atribuciones como a la duración de los períodos durante los que un mismo individuo, o grupos de individuos, pueden hacer uso del poder. De otro modo, el uso del poder degenera en su abuso y de ahí a situaciones extremas, como las que jalonaron nuestra historia hasta 1980, no hay mucha distancia.
Es necesario por eso, que fechas como la que hoy se conmemora sirvan para reafirmar el compromiso con los principios y valores sobre los que se sostiene la democracia. La permanente defensa de las libertades ciudadanas, de los derechos humanos, la vigilancia sobre los actos de los gobernantes y la severidad para evitar que caigan en la tentación de cruzar los límites que les impone el Estado de Derecho son algunos de las condiciones indispensables para estar seguros de que nunca más nuestro país sea escenario de hechos como los que se produjeron hace 33 años.
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