DE-LIRIOS

La insistencia del racismo

La insistencia del racismo

Rocío Estremadoiro Rioja.- Cuesta creer como desde fines del Siglo XIX hayan tenido tanta acogida las teorías racistas con pretensiones “científicas”, no sólo en los planteamientos políticos, sino hasta en los paradigmas que dan lugar al desarrollo de las ciencias sociales. Así, en América Latina, basadas en “grandes” filósofos, antropólogos y sociólogos, las elites de algunos países se desgañitaron en “demostrar” la “excepcionalidad” de la “raza” de parte de su población para justificar genocidios internos y guerras entre vecinos. Eso mucho antes de la incursión de los nazis en Europa que, en un marco de trauma social como consecuencia de la I Guerra Mundial, supieron articular un discurso de enaltecimiento de un pueblo vapuleado por la crisis y, por tanto, fácilmente seducido por las ideas que subrayaban un supuesto origen “racial” y “genético” superior.
Hoy, las últimas investigaciones antropológicas, arqueológicas y genéticas señalan un origen común de los seres humanos: todas las poblaciones del planeta descendemos de homínidos del África (¡cómo me río de la cara que deben poner los neonazis de toda calaña por esta noticia!). Las particularidades “físicas” de las diferentes colectividades, no son otra cosa que adaptaciones a medios geográficos y climas disímiles, pero, por lo demás, compartimos los mismos genes primordiales.
Más allá de la arremetida de interpelaciones totalitarias y racistas en todo el mundo que, a pesar de las evidencias, siguen con el temita, sorprende que en Bolivia y en otros países caracterizados por la diversidad de sus manifestaciones culturales, todavía hay sectores que bajo fundamentos y consignas esencialistas, insisten en hablar de razas pero, esta vez, a partir de la tendencia acrítica de idealizar a los pueblos indígenas como si representaran “piezas de museo” impermeables a los procesos y contradicciones sociales y humanas.
Por supuesto que no voy a evadir lo que significó la colonia para las culturas que habitaron este territorio antes de la llegada de ladrones y aventureros cochinos, ambiciosos e incultos del “viejo mundo”, cuyo principal objetivo fue saquear recursos “valiosos” a nombre de monarquías despóticas y de “Dios”. Tampoco me cegaré frente al papel de sanguinarios piratas, que, robando a los primeros, encumbraron su famosa y “refinada” “civilización” sobre montañas de cadáveres y sudor ajeno.
No obstante, igualmente, me niego a tragarme los imaginarios que mienten al asegurar que antes de la colonia, “en tiempos inmemoriales”, todo era paz y armonía en lo que hoy es América, siendo que las sociedades precolombinas también fueron un crisol signado por guerras, abusos y dominación.
Por ende, no es admisible la retórica de muchos representantes de la “izquierda” y “lo progresista” en Bolivia y América Latina que, por ejemplo, luego de darle palo a Alcides Arguedas por su malograda interpretación que vincula a las supuestas “razas” del país con problemas endémicos y estructurales, y después de acariciar la posibilidad de que sus libros sean quemados en una purga pública a nombre de la “descolonización”, se tornen “poéticos” y lastimeros al recordar las bondades de la “raza de bronce”, la “raza de cobre” o “la raza milenaria”. Confieso que al escuchar tales visiones absolutistas y sesgadas, se me erizan los pelos, así como cuando me topo con la “teoría de los tres estados” de Augusto Comte, los proyectos de eugenesia de Gustave Le Bon o leo el libro “Raza chilena” de Ricardo Palacios.