OJO DE VIDRIO

Hace 33 años

Hace 33 años

Ramón Rocha Monroy.- Entre las muchas atrocidades que se cometieron el 17 de julio de 1980 y después de él, figura la muerte de Marcelo Quiroga Santa Cruz y de Carlos Flores Bedregal, pero asimismo el asesinato del núcleo de la resistencia contra la dictadura, los ocho compañeros que murieron en la calle Harrington. Hay otros no menos valiosos que no pudieron resistir el rigor y la tortura de las cárceles, como Roberto Alvarado, y jóvenes asesinados, como Carlos Bayro Corrochano, torturado y golpeado a sus 22 años, sin que hasta hoy se devuelva su cadáver.
Pero quisiera limitarme a dos hechos que muestran la sevicia de los paramilitares de extrema derecha entrenados por criminales de guerra alemanes e italianos, como los jefes de la Legión Boliviana Social Nacionalista Guido y Gary Alarcón. Resulta que a principios de 1979 fui brevemente Secretario General de la Prefectura durante la gestión del Contraalmirante Sócrates Vargas. Él tenía un solo amigo en Cochabamba, Grover Suárez, y le pidió colaboración, pero Grover sugirió mi nombre y de ese modo estuve en el cargo durante doce días por la anécdota que paso a contar. Un buen día de enero de 1979 el Prefecto viajó a La Paz y el jefe de seguridad me comunicó que por la noche allanaríamos un domicilio donde estaban seguros de que había armas. Me preguntó si quería ser de la partida y acepté. La casa que allanamos era del padre de los Alarcón, ubicada en la Reza y Hamiraya, y en ella había no sólo un arsenal sino las alfombras, las máquinas de escribir IBM, las calculadoras y otros bienes de la Universidad Mayor de San Simón, a la cual me honro en pertenecer, que los Alarcón habían robado durante el golpe del coronel Juan Pereda Asbún en 1978. A éste lo derribó el general David Padilla Arancibia y gobernó en un régimen de equilibrio, pues en su gabinete había también tipos duros.
Al día siguiente por la mañana, devolví públicamente a la Universidad los bienes robados, noticia que salió en el diario Clarín, y los Alarcón fueron despachados a La Paz. Lo curioso es que al llegar, fueron recibidos en el Hotel Crillón y el Ministro del Interior, Chanka López (perdón si no recuerdo el nombre completo), declaró que no eran detenidos sino invitados por el gobierno para dialogar. No estoy seguro, pero al parecer en esa oportunidad, enero de 1979, Marcelo Quiroga escribió un artículo que titulaba “Paramilitares reciben tratamiento de cinco estrellas”, en alusión al lujoso hotel donde los habían alojado, en lugar de llevarlos a la Policía o al Penal de San Pedro.
Al retornar a Cochabamba, Gary Alarcón me llamó furioso y no se limitó a amenazarme a mí sino a mis hijos: sabía dónde estudiaban y así procedería. Como antecedente, ya me había secuestrado de la Universidad cuando era estudiante en 1972, de modo que al parecer yo había vuelto a las andadas.
Así llegó el 17 de julio de 1980, en medio de amenazas de golpe, y providencialmente viajé a Oruro, al concurso de cuento de la UTO, como que conservo todavía mi pasaje de retorno en ferrobús con esa fecha aciaga. No pude volver más a Cochabamba y fui a parar a México.
A mi retorno, el secretario general de la dictadura me buscó para devolverme un par de libros personales que guardaba en el escritorio de mi oficina y que conservo como recuerdo de esos días.
En uso del poder, Gary Alarcón desfalcó a Infocal, donde era director, y ahora tengo conocimiento de que él y su hermano Guido gozan de buena salud en Cotoca, sin que nadie los haya castigado por los crímenes, torturas, despojos y posesión de cárcel privada que protagonizaron en dos oportunidades: en los golpes de 1971 y 1980.
Lo recuerdo para que nadie lo olvide.