EDITORIAL
Argentina, un modelo de crisis
Argentina, un modelo de crisis
Bueno sería que, para no cometer los mismos errores y evitar desagradables sorpresas, nuestros gobernantes observen de cerca lo que pasa en Argentina
Sólo 14 meses, los transcurridos desde que en mayo de 2012 la presidenta Cristina Fernández de Kirchner anunciara al mundo su decisión de “renacionalizar” las actividades hidrocarburíferas de su país mediante la disolución del consorcio Repsol-YPF y la transferencia de sus acciones a la empresa petrolífera, han sido suficientes para que Argentina pase de la euforia nacionalista a su más extrema antítesis, la incondicional claudicación ante Chevron, una de las más representativas empresas del capitalismo transnacional.
Casi simultáneamente, el gobierno argentino libra una batalla política que hace sólo pocos meses habría parecido inconcebible con motivo de la designación como Jefe del Ejército, y el eventual ascenso al rango de Teniente General, de un militar especializado en “inteligencia” y sobre quien pesan serias acusaciones por su participación en el aparato represivo de la dictadura militar.
Como telón de fondo de ambas transgresiones contra dos de los pilares de la doctrina “kirchnerista”, las otras bases de la popularidad gubernamental son socavadas por una crisis económica que amenaza con salirse de control. La tendencia alcista del dólar “blue”, eufemismo para no denominarlo “negro”; la escasez de artículos de primera necesidad que se agrava con cada día que pasa ocasionando que los precios suban al mismo ritmo, y lo peor: la escasez de combustibles que se hace sentir con creciente rigor en un país que hasta hace poco se jactaba de poder satisfacer holgadamente las necesidades de los mercados del exterior, son factores que hacen recordar tiempos que parecían definitivamente superados.
Para agravar más el negativo panorama, el pueblo argentino tiene que conocer todas esas malas noticias entremezcladas con escándalos de corrupción que por su magnitud y por la desvergüenza con que son cometidos sorprenden incluso a quienes más resignados ya estaban a ver cómo el patrimonio nacional se desvía hacia cuentas bancarias pertenecientes a jerarcas del régimen peronista.
Si a todo lo anterior se suma el escenario internacional, donde la buena racha que hasta hace poco gozaron los regímenes alineados tras el liderazgo de Hugo Chávez da claras muestras de haberse agotado, el panorama para Argentina, pero sobre todo para su actual gobierno, solo puede ser calificado como muy desalentador.
En ese contexto, y así como no parece casual que en Argentina la crisis económica se manifieste simultáneamente con la política, tampoco parece coincidencia que sean muchas más las similitudes que las diferencias si se observa de cerca el caso de Venezuela. El rotundo fracaso de las políticas económicas estatistas, el descrédito de los discursos antimperialistas y anticapitalistas desdichos con actos de condescendencia hacia sus representantes políticos y económicos, la corrupción desenfrenada, entre otros muchos elementos comunes, permiten sospechar que también son comunes las causas últimas de ambas crisis.
Bolivia felizmente, por una serie de motivos, no ha caído en la misma espiral descendente. Bueno sería, sin embargo, que quienes tienen en sus manos la conducción de nuestro país observen de cerca ambas experiencias para evitar incurrir en los mismos errores.
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