DESDE EL FARO
Partido Único: ¿Objetivo estratégico del cambio?
Partido Único: ¿Objetivo estratégico del cambio?
Érika Brockmann Quiroga.- "No todos los partidos únicos son totalitarios, ni todos los partidos totalitarios son únicos”, afirmó el renombrado cientista político G. Sartori al indicar que las voluntades totalitarias pueden anidarse y fortalecerse en contextos democráticos. Así, se darían situaciones post revolucionarias en las que partidos únicos generarían condiciones favorables para la emergencia plural de otras organizaciones políticas, electoralmente competitivas. Por otra parte, la historia da cuenta de la constitución de sistemas de partido único arropados en democracias plurales. En este ultimo caso, el tránsito de un sistema multipartidario a uno único, dependía de la habilidad y voluntad de poder para destruir a sus adversarios y al “sistema”.
Esta introducción resulta pertinente para referirse al discurso dirigido, hace unos días, por el Presidente a sus bases cocaleras en Chapare, en el cual no sólo celebró la destrucción de los partidos “neoliberales”, sino también sugirió se cierre el paso a su retorno. No hay duda, el Chapare es el espacio ideal para lanzar este mensaje y lograr este cometido. Y es que hace ya tiempo el trópico cochabambino es un enclave político electoral “tomado” por el MAS y su vanguardia cocalera, llegando a jactarse de constituir el único partido legitimado por 90 por ciento de votos en todo proceso electoral. El sindicalismo cocalero es hoy el núcleo de poder incondicional de movilización y defensa paraestatal del oficialismo. Encarna un visceral sentimiento antinorteamericano que no necesariamente es sinónimo de antineoliberal y se potencia al exacerbar sentimientos nacionalistas y defensa de la dignidad.
Si ello ocurre en el frente político y discursivo, no pareciera suceder lo mismo en el campo económico. Lejos de constituir la vanguardia de un proyecto socialista, comunitarista, anticolonial y anticapitalista, los cocaleros representan a una vanguardia informal de propietarios, genuinamente liberal, por no decir “neoliberal”. No sólo se resiste a la presencia y potestad reguladora del Estado, sino que también está sintonizada al pulso del mercado internacional de la economía de la coca ilegal, para no mencionar su identificación con las aspiraciones materiales y un desarrollismo depredador propios de la sociedad de consumo capitalista.
Lo preocupante es que esta actitud triunfalista frente a los adversarios a destruir, refleja un sistema de deseos y creencias contrario al pluralismo democrático. Denota la incapacidad de reconocer matices y diferenciar corrientes liberales, socialdemócratas de las autoritarias y conservadoras. No sólo se las toma con los neoliberales, sino que coloca en la bolsa de “herejes”, infiltrados y aliados de la derecha a indígenas y no indígenas disidentes, a intelectuales y sectores sociales. Este discurso descalificador está preñado no de política, sino de una certeza casi religiosa. Así, con los dioses portadores de verdad, los votos de la gente y la bonanza económica de su lado se entreteje el manto que protege y justifica moralmente la fuerza de un Estado que pretende engullirse a la sociedad y la necesidad de inventarse enemigos a destruir. Sartori tenía razón, es posible pensar en la existencia y avance más o menos disimulado de partidos con convicción totalitaria en contextos democráticos. Cosa distinta es responder a la pregunta si ese avance será posible. ¿Será?
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