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Huellas imborrables

Huellas imborrables

Harold Olmos.- Con su viaje a Brasil, el papa Francisco ha establecido una comunicación con el continente en un grado hasta ahora jamás alcanzado por ningún líder y ha renovado vigorosamente la fe y la solidaridad con su llamado ante decenas de miles de jóvenes a no ceder ante las injusticias y a vencer el mal haciendo el bien. La visita del jueves a una vivienda humilde en la favela de Varginha, hasta hace poco nido de violencia entre los 600 y pico rancheríos de una de las ciudades más bonitas del mundo, subrayó el profundo contenido social y dimensión política de la gira del Pontífice. Sin rótulos que suelen empañar las acciones, mostró el rostro simple de la opción preferencial de la Iglesia Católica por los pobres.
Si la noche anterior había conmovido al mundo al abrazar a un exdrogadicto en un hospital de Río, el ingreso a la vivienda de María Lucia y la acogida tímida balbuceada por su esposo sorprendido (sólo un “bienvenido a mi casa”), fueron una apoteosis que alcanzó inclusive a quienes vieron por televisión las escenas en la estrecha sala de estar de la familia que lo acogía. Difícil encontrar un mejor ejemplo de humildad con un contenido tan profundo.
El Papa evocaría esos momentos sólo horas después al hablar de la solidaridad ante los jóvenes en la lluviosa playa de Copacabana. “Ustedes siempre se las arreglan para compartir la comida: como dicen, siempre se puede agregar agua al frijol. Y ustedes lo hacen con amor, mostrando que la verdadera riqueza no está en las cosas, sino en el corazón”.
El entusiasmo de las multitudes desmintió las expresiones pesimistas escuchadas en Santa Cruz el 13 de marzo de parte de algunos analistas la noche de la elección de Jorge Mario Bergoglio, temerosos de que el Pontífice argentino trajese orientaciones que empañasen a las corrientes que aseguran detentar un monopolio del fervor popular. Los hechos los han descalificado y, que se sepa, no han vuelto a hablar públicamente del tema.
Los mensajes del Pontífice han sido una sorpresa agradable en cada una de estas jornadas que dejan huellas imborrables. “Para que mi fe no sea triste he venido hasta aquí a contagiarme del entusiasmo de ustedes”, les dijo a los jóvenes. “Ustedes… poseen una sensibilidad especial frente a las injusticias, pero muchas veces se desilusionan con las noticias que hablan de corrupción, con personas que en vez de buscar el bien común procuran su propio beneficio. Para ustedes y para todas las personas repito: Nunca se desanimen, no pierdan la confianza, no dejen que se apague la esperanza…”.
En medio de las bajas temperaturas que se instalaron en todo el sur continental, sus palabras han sido una brisa fresca a lo largo de la semana. Su mensaje de austeridad (se desplazó en un vehículo sencillo, similar al de muchos brasileños de clase media) conmovió inclusive a los que, para evitar estorbos a sus planes, dicen que la actividad de la Iglesia debe confinarse al mundo espiritual. Quienes ahora lo digan, tendrán que confrontar sus expresiones con lo ocurrido estos días entre los jóvenes que están en Brasil para la Jornada Mundial de Juventudes.
Cada discurso y homilías del Pontífice en tierra americana abre espacios amplios para la reflexión y ciertamente habrá más entre el momento de escribir este artículo y su partida de vuelta a Roma.
De momento, la convocatoria de Francisco y el repudio que debe merecer la injusticia de parte de todos los católicos evocan una novela de ficción sobre otro Papa que, rebelde con la violencia, las guerras, la acumulación de riquezas y la injusticia social, toma el rábano por las hojas y decide emprender una gran cruzada contra la pobreza. Quiere empezar por América Latina y Bolivia es uno de los países escogidos por Walter F. Murphy en su novela “El Vicario de Cristo” (The Vicar of Christ, Ballantine Books, 1980). El Papa se llama Francisco. Pero esta es otra historia.