EDITORIAL

Remezones históricos

Remezones históricos

El papa Francisco ha provocado profundos remezones dentro y fuera de la Iglesia que es lo que, al final de cuentas, todo el mundo está buscando

Más allá de cualquier pose y posición, la visita del papa Francisco a Brasil –en su primer viaje a la región que lo vio nacer– ha marcado un hito y las simpatías y adhesiones que ha generado constituirán, probablemente, un contundente apoyo a los profundos cambios que deberá ejecutar en la Iglesia, para reconducirla por el camino de su reencuentro con la gente.
Sus mensajes, junto a su actitud de franqueza e interés hacia sus diversos interlocutores, dan cuenta de lo señalado, en tiempos en que hay, al mismo tiempo, una arremetida muy fuerte en contra de la milenaria institución cuyo transcurrir en el tiempo ha marcado, siempre, profunda huella, más allá de las condiciones circunstanciales en las que ha desarrollado su labor religiosa y política.
Además, esta visita ha mostrado a un pontífice abierto, sin cálculo en sus expresiones, sean religiosas, sociales o culturales, al punto que incluso algunos intentos por opacar su presencia han ayudado a confirmar su influencia.
Probablemente el resultado más importante de esta visita es que la región ha dado un Papa que está sabiendo descubrir con pertinencia los desafíos que las circunstancias actuales presentan a la Iglesia, así como el estado del planeta y su necesidad de encontrar nuevos horizontes que permitan conjugar el extraordinario desarrollo tecnológico y la lucha contra las intolerables estadísticas de la pobreza y la exclusión. En ese horizonte, lo que se ha visto en Brasil abre la esperanza en que Francisco pueda ser mucho más que el Sumo Pontífice de la Iglesia Católica, y sea también un personaje universal que ayude a encontrar derroteros de mayor justicia, equidad, inclusión, transparencia y compromiso con los más desamparados de la tierra.
Esos han sido, por lo demás, los conceptos que ha difundido en forma recurrente, poniendo a la juventud como el motor que puede impulsar verdaderos cambios en las sociedades, por su capacidad de darse y, sobre todo, de incluir.
Pero, pese a la importancia de lo actuado, lo que viene para el Papa no es fácil. Hacer realidad su visión choca –y de hecho ya lo está haciendo—con estructuras fuertes e insensibles a los cambios que la Iglesia y el mundo exigen. Francisco los ha reconocido y ya ha dado señales de su decisión de ir hacia adelante a partir de una posición teológica que no admite revisiones principistas, como algunos quisieran, porque sabe que –y lo ha dicho– la fuerza está en el compromiso, en los principios y en el amor a la humanidad.
De ahí que pretender clasificar a Francisco en las tradicionales categorías del análisis político o ideológico –que ni siquiera ya sirven para entender el mundo civil– es una demasía provinciana que no tiene sentido.
De lo que sí se puede estar seguros es de que el papa Francisco ha provocado profundos remezones dentro y fuera de la Iglesia que es lo que, al final de cuentas, quienes somos testigos de estos tiempos estábamos esperando.