PROJECT SYNDICATE
¿Qué comunidad internacional?
¿Qué comunidad internacional?
Richard N. Haass.- Cada vez que sucede algo malo –como por ejemplo que Irán se encuentre más cerca de poseer armas nucleares, Corea del Norte dispare otro misil, las muertes de personas civiles alcancen un nuevo hito sombrío en la guerra civil en Siria, los satélites revelen un porcentaje alarmante de deshielo del casquete polar– algún funcionario gubernamental u observador hará un llamado a la comunidad internacional para que actúe. Sólo hay un problema: no existe una “comunidad internacional”.
Parte de la razón se desprende de la ausencia de un mecanismo para que “el mundo” llegue a unirse. La Asamblea General de las Naciones Unidas es el mecanismo que más se acerca, pero poco se puede esperar de una organización que equipara los Estados Unidos o China, con, por ejemplo, Fiji y Guinea-Bissau.
Por desgracia, no existe un acuerdo sobre la forma de actualizar el Consejo de Seguridad. Esfuerzos como el G-20 son bienvenidos, pero carecen de autoridad y capacidad, además de que se ven afectados por su tamaño excesivo. El resultado es el “dilema del multilateralismo”: la inclusión del mayor número de actores aumenta la legitimidad de una organización a expensas de su utilidad.
Para ser justos, aquellos que fundaron las Naciones Unidas después de la Segunda Guerra Mundial crearon el Consejo de Seguridad como el lugar en el que las grandes potencias se reúnan para determinar el destino del mundo. Pero incluso eso no ha funcionado como estaba previsto, en parte debido a que el mundo del año 2013 se parece muy poco al del año 1945. ¿Cómo si no se podría explicar que Gran Bretaña y Francia sean miembros permanentes con derecho a veto, y que Alemania, Japón o India no lo sean?
Ninguna cantidad de reforma de la ONU podría hacer que las cosas sean fundamentalmente diferentes. Las grandes potencias de hoy no están de acuerdo sobre las reglas que deben regir al mundo, y mucho menos sobre las sanciones a aplicarse por romperlas. Incluso cuando existe un acuerdo en base a principios, existe poco acuerdo en la práctica. El resultado es un mundo que es más desordenado y más peligroso de lo que debería ser.
Considere el cambio climático. La quema de combustibles fósiles está teniendo un impacto mensurable en la temperatura del planeta. Sin embargo, se ha comprobado que la reducción de las emisiones de carbono es una tarea imposible, porque tal compromiso podría limitar el crecimiento del PIB (un anatema para los países desarrollados que se encuentran sumidos en problemas económicos) e impedir el acceso a la energía y la electricidad a miles de millones de personas en los países en desarrollo, lo cual es inaceptable para China y la India.
Detener la propagación de las armas nucleares parece un asunto más prometedor en cuanto a lograr una colaboración mundial. El Tratado sobre la No Proliferación de las armas nucleares (TNP) limita el derecho a poseer armas nucleares a los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad, y esto sólo temporalmente.
Pero el acuerdo es más endeble de lo que parece. El TNP otorga derechos a los países para que desarrollen energía nuclear con propósitos, como por ejemplo, la generación de electricidad; éste es un vacío legal que permite que los Gobiernos construyan la mayor parte de lo que es necesario para producir el combustible para un arma nuclear.
Existe una mayor cooperación internacional en el ámbito económico. Se ha visto un progreso palpable en cuanto a la reducción de las barreras arancelarias; la Organización Mundial del Comercio también ha establecido un mecanismo de solución de controversias para sus 159 miembros. Pero el progreso en la expansión del libre comercio a nivel mundial se ha estancado, ya que muchos países no están de acuerdo en cuanto al tratamiento de los productos agrícolas, la eliminación de los subsidios y el comercio de servicios.
Mientras tanto, la cooperación en el ámbito del ciberespacio está apenas empezando con dificultades. La principal preocupación de los EEUU es la seguridad informática y la protección de la propiedad intelectual y de la infraestructura. Los Gobiernos autoritarios están más preocupados por la seguridad de la información, es decir, se preocupan por la capacidad de controlar lo que está disponible en Internet con el fin de mantener la estabilidad política y social. No existen acuerdos sobre lo que, si existe algo, se constituye en un objetivo apropiado del espionaje. La prevalencia de los actores no estatales está complicando aún más los esfuerzos.
Otra área en la que existe aún menos comunidad internacional de lo que aparentemente existe es el sufrimiento humano. Los Gobiernos que atacan a gran escala a sus propios habitantes, o permiten que este tipo de ataques se lleven a cabo, se exponen a la amenaza de una intervención externa. Esta “responsabilidad de proteger” o también denominada “R2P” fue consagrada por la ONU en el año 2005.
Sin embargo, a muchos Gobiernos les preocupa que la R2P crea expectativas sobre que ellos irán a tomar acciones, lo que podría resultar costoso en términos de vidas, gastos militares y prioridades comerciales.
En resumen, aquellos que buscan a la comunidad internacional para hacer frente a los problemas del mundo se sentirán decepcionados. Esto no es un motivo de desesperación o un motivo para actuar de manera unilateral. No obstante, mientras la “comunidad internacional” sea más una esperanza que una realidad, el multilateralismo tendrá que hacerse más variado.
En el área comercial, esto implica acuerdos regionales y bilaterales. En temas de cambio climático, tiene sentido buscar “mini-acuerdos” que establecen normas mínimas comunes para que el combustible sea más eficiente, para lograr que la deforestación sea más lenta, o para limitar las emisiones de carbono de las economías más grandes.
Estos enfoques pueden carecer del alcance y la legitimidad de las gestiones formales a nivel mundial, pero tienen la ventaja de conseguir que se haga algo.
El autor es Presidente del Consejo para las Relaciones Internacionales
© Project Syndicate
|