SURAZO
Censo y desengaño
Censo y desengaño
Juan José Toro Montoya.- Al terminar enero de este año ya habían pasado más de dos meses del Censo Nacional de Población y Vivienda 2012 y aún no había resultados oficiales. Tomando en cuenta que en el censo anterior, el de 2001, los resultados preliminares –que no fueron modificados después– se conocieron una semana después del recuento, la gente había comenzado a inquietarse y esa preocupación era traducida por muchos medios. Sí… ya había resultados preliminares, pues estos se habían presentado el 23 de ese mes, pero los oficiales se rezagaban y el temor por la manipulación de datos crecía.
De pronto pasó algo digno de la mejor de las dictaduras: el Instituto Nacional de Estadística (INE) amenazó con enjuiciar a quienes critiquen el trabajo del Censo “sin ningún respaldo técnico”. Y, para dejar bien clara la cosa, especificó que los juicios serían por los artículos 282, 283 y 285 del Código Penal; es decir, difamación, calumnia y propalación de ofensas, tal cual actúan los matones cuando amenazan a la prensa.
Pero lo que ocurrió después fue todavía más difícil de creer: las críticas cesaron. A nadie se le ocurrió decir que se estaba vulnerando el derecho a la libertad de expresión, tutelado por el párrafo II del artículo 106 de la Constitución Política del Estado, y ni siquiera se calificó esa actitud como una amenaza, tipificada como tal en el artículo 293 del Código Penal. Quizás la evidencia de que este país le tolera todo al gobierno de Evo Morales, incluso las violaciones a la Constitución, motivó a que la gente, incluidos nosotros, los periodistas, aceptara la amenaza y nos la tragáramos. A nadie se le ocurrió, tampoco, pensar que la amenaza era el prolegómeno de algo serio, muy serio. A nadie se le ocurrió pensar que estábamos en los días previos a lo que podría pasar a la historia como un gran desengaño.
¿Desengaño?... Sí… porque el 23 de enero se nos dijo que Bolivia tiene 10.389.913 habitantes y ayer nos dijeron que somos 10.027.254. El 23 de enero nos dijeron que Santa Cruz es el departamento más poblado de Bolivia y ahora resulta que La Paz conserva esa posición. Según el diccionario, “desengaño” es “Conocimiento de la verdad con que se sale del engaño o error en que se estaba” así que, ahora, los bolivianos estamos desengañados.
¿Y ahí termina la cosa?... espero que no porque, de ser así, se confirmaría que los bolivianos caímos en una sumisión becerril que es todavía más indignante que el sometimiento a una dictadura.
¿Qué puede haber detrás de las variaciones en los resultados del censo? Si de sospechas hablamos, habrá que recordar que algo que criticó la mayoría de la población es que no se haya incluido la opción “mestizo” en la pregunta 29, la que consultaba sobre la pertenencia a “alguna nación o pueblo indígena originario campesino o afroboliviano”. La conclusión nunca rebatida a ese hecho fue que, si se incluía la opción, la mayoría de los bolivianos se declararían mestizos y eso le quitaría el carácter indio a nuestra población, un detalle que es muy bien aprovechado por Evo Morales para su imagen internacional.
¿Y los resultados qué? ¿Cuál fue el motivo para devolverle a La Paz su condición de Departamento más poblado? ¿Habrá sido su lealtad al presidente, masificada gracias a El Alto, o la evidencia de que la enclenque oposición mantiene a Santa Cruz como su reducto?
Para los potosinos, que tememos que los resultados del censo nos vuelvan a reducir nuestra representación congresal, estos resultados oficiales deberían alegrarnos, ya que aparecemos con más habitantes que en las cifras preliminares, pero creo que no podemos basar nuestro bienestar en un desengaño.
¿Creemos, sinceramente, que Santa Cruz no ha sufrido una explosión demográfica como consecuencia de una migración cada vez más notoria? Sí… El Alto recibe a una gran cantidad de migrantes pero estos son mayoritariamente de Oruro y Potosí mientras que a Santa Cruz se va gente de todos los Departamentos.
No… Hay algo oscuro detrás de estos resultados y, si bien los vamos a utilizar como oficiales durante por lo menos diez años, por lo menos que quede para la historia no sólo nuestro desengaño sino también nuestra incredulidad.
(*) Juan José Toro es Premio Nacional en Historia del Periodismo.
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