La principal riqueza
La principal riqueza
Jesús Pérez Rodríguez.- El evangelio va contra ruta o contra corriente. La consigna de Pablo en la carta a los colosenses es un ejemplo de ese remar en la vida sin detenerse en las cosas que nos rodean. “Busquen los bienes de arriba… aspiren a los bienes de arriba, no a los de la tierra” (Col 3,1-5.9-11).
La primera lectura de este domingo, tomada del Qohelet (Eclesiastés) 1,2; 2,21-23, pudiera darnos la idea que la fe cristiana nos llevará a despreciar las cosas de la vida terrenal. “¡Vanidad de vanidades! ¡Todo es vanidad!”. Pero no es así. Las palabras del Apóstol Pablo a los colosenses, citadas más arriba, no nos hablan tanto de una renuncia de todo aquello que parece trivial, cuanto lanzarnos a un reto del buen uso de todo lo que Dios nos ha regalado.
Jesús en el evangelio de hoy, Lucas 12,13-21, nos advierte a dónde puede conducirnos la excesiva ambición del deseo de poseer. La parábola de Jesús tiene un gran mensaje, no poner nuestra seguridad y felicidad en los bienes que poseemos cuanto en ser ricos ante Dios. “Esto son los que acumula riquezas para sí y no es rico a los ojos de Dios”. Podemos tener bienes, riquezas, pero que sean “riquezas para Dios”. Es una invitación a no equivocarnos cuando se trata de amar la vida con los verdaderos valores.
Cristo es un gran pedagogo, es el Maestro de los cristianos. Él sigue guiando a la Iglesia con sus enseñanzas. El creyente escucha de pie el evangelio en las celebraciones de la eucaristía como un signo de fe en la verdad del evangelio a través del cual nos sigue orientando y el retrato que nos hace del rico insensato no pierde actualidad en este siglo XXI. Pues no hay duda que una de las grandes idolatrías, también en los cristianos, es el poseer, las riquezas.
La riqueza no es, en sí, ni buena ni mala. Lo malo será que las usemos mal, nuestra actitud interior ante ella. Jesús llama insensato al rico, no porque tuviera riquezas, porque fuera un negociante hábil, no porque trabajara día y noche, sino porque prescindió de Dios que es dueño de la vida, porque no empleó sus bienes en ayudar a los demás con lo cual se hubiera hecho rico ante Dios.
Los cristianos no podemos ser unas personas despistadas en lo que somos y lo que debemos ser. Valemos tanto ante Dios que no es lo importante tener o poseer mucho para valer. Somos hijos de Dios y nuestro valor es infinito. Valemos ni más ni menos que la sangre preciosa de Cristo derramada en la cruz.
Cristo no desprecia los bienes materiales. A Cristo le preocupó el bienestar de las personas, de los pobres, y por ello nos enseñó a compartir lo que tenemos. Se preocupó para que hubiere un mundo más justo y humano, donde haya el pan de cada día. Es necesario pues que entendamos bien la negativa a actuar en el pleito de aquel hombre que le pide ayuda para resolver un problema de herencia. No es que a Cristo le interese sólo lo referente al espíritu, a lo interior. No. Con la advertencia de la parábola está respondiendo al que le pedía su intervención. Hay que cambiar la actitud ante las riquezas. Éstas deben verse como instrumentos, no como fin de la existencia humana, pues tenemos también una vida divina. La primera instancia, Jesús rechaza que se le quiera instrumentalizar, al ponerle al servicio de los bienes materiales.
A lo que tenemos que llegar los cristianos es a distinguir los valores importantes y los que no lo son. Son importantes las cosas que usamos, el dinero, pues tienen una finalidad: la vida de familia, la comunicación solidaria con los demás, la amistad, el progreso, el desarrollo. Pero por encima de todo, está el valor de la vida eterna, “los bienes de arriba” dice Pablo. La principal riqueza es Dios, la vida de la gracia, el ser Iglesia, el testimonio de nuestra fe en la vida diaria.
Lo principal y primero es ser rico ante Dios y no buscar serlo ante los demás. Lo que cuenta en la vida de la fe son las buenas obras que hayamos hecho, no lo que tengamos en el banco. Es bueno seguir trabajando y procurando el bienestar para cada uno, para la familia, el hacer que los hijos se formen y salgan profesionales. Pero es necesario que a los hijos se les inculque la búsqueda y el aprecio a los valores verdaderos, tanto los cristianos como los humanos.
En este Año de la Fe nos dice su Santidad Benedicto XVI es “una buena ocasión para introducir a todo el cuerpo eclesial en un tiempo de especial reflexión y redescubrimiento de la fe”. Por ello es necesario que veamos si la vida está acorde con la fe. “Lo que el mundo necesita hoy de manera especial es el testimonio creíble de los que iluminados por la Palabra del Señor, son capaces de abrir el corazón y la mente de muchos al deseo de Dios y de la vida verdadera, esa que no tiene fin” (Porta fidei 15).
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