CARTUCHOS DE HARINA

Salvemos a Bolivia de los discursos

Salvemos a Bolivia de los discursos

Gonzalo Mendieta Romero.- Parafraseando al más afable de los Marx, disfruté de los discursos de las últimas semanas, sobre todo en las pausas. Tuvimos primero las proclamas de la cumbre antiimperialista y después las minuciosas disertaciones del cumpleaños patrio. Y así, los bolivianos vivimos quince días estivales del habla, en invierno; una auténtica feria.
Los gobernantes brindaron vocablos con grandeza incluyente y comunitaria. Ni los opositores, generalmente excluidos de los favores estatales, fueron privados de su goce. Es obvio que nadie obliga a escuchar el desapacible verbo oficial y que, a la vez, tampoco el masoquismo está prohibido en democracia.
Hay que reconocer, por otro lado, que, en promedio, nuestros oradores se prodigaron menos estos días, recortando en algo los aleccionadores sermones que suelen pronunciar. La gente común y generosa que oye esas alocuciones es mucha, y es a nombre suyo que éstas discurren. Debe ser por eso que los dueños de la voz se proponen hablar por cada uno, sumando a todos. Y deciden inmolarse, como en un trance sicotrópico, evadiendo con coraje el aburrimiento que los representados no tienen el recato de ocultar (el problema nacional es la educación).
No sé si por agentes de Chile, como acusa el Gobierno, pero los periodistas incrementan el padecimiento de un importante sector oficial. Para impedir ser filmados en pose descortés, los ministros más alternativos recurren al budismo zen con voluntad firme, eludiendo sucumbir al brusco derrumbe de los hombros o, peor, de las sillas que, con ensañamiento de subalterno vengativo, se han dispuesto para atormentarlos lentamente. Es ingrato que nuestra cultura perciba como exótica la posición de loto; les daría más resuello. En otros lares, las pruebas tántricas se usan para perfeccionar el desempeño en las artes amatorias. Aquí no somos libertinos; sólo sufrir sabemos.
Derramar frases no es monopolio de la política. El despilfarro de fonemas ahoga noticiosos, homenajes y hasta al culto de Ekklesía. En cuestión de arengas, el prurito participativo pronto incluirá a los sordomudos. Nuestros líderes entienden su libertad de expresión como un genuino terror a callar o a hablar poco.
La cadena radial y televisiva es, por ejemplo, forzosa el 6 de Agosto. Y en esto hay nomás moderación oficial -no todo es queja, compatriotas-. Vean sino lo que pasa en otros países de la florida familia política latinoamericana, que sobrellevan (metafóricas) cadenas semanales. Es que sólo un anarquista iluso exige una sociedad sin cadenas. Estos días he pensado que, quizás por pudor, nadie ha descubierto aún cómo aplicar la frase "largar la cadena", a esas cadenas transmisoras de la verbosidad pública. Ésta es tediosa, redundante y auto-elogiosa, cualquiera sea la ideología del orador.
Hay veces que acompaño con fe el sueño presidencial de hacer de Bolivia, Suiza: dicen que allí gobernantes y gobernados se comunican primordialmente por escrito. En Suiza los referéndums se hacían por carta, según el mito, hasta para definir el tañido de las campanitas que portan las, usualmente silentes, vacas lecheras. El ahorro vocal es descomunal, que no es contrario a lo comunal, por si alguien duda.
Un efecto de esa adosada sabiduría suiza es que permite que gobernantes y gobernados privilegien la silenciosa lectura, y la escritura, al naufragio verbal. La labia no admite esos beneficios; nuestros circunloquios son más bien propios de una cultura consumista y dispendiosa.
Y eso que me caen mal los que, citando a Martí a la mala, aducen que la mejor manera de decir es hacer. Eso es mostrar desdén por la capacidad de la retórica. No hay que olvidar que salvo por la palabra y los gestos, nuestras almas están prisioneras. Pero no porque nuestras almas vivan aisladas debemos entregarlas oralmente al prójimo con promiscuidad. Nuestros tribunos podrían, mejor, ejercitar soliloquios -reflexiones en voz alta y a solas, como manda el diccionario-. Son ascéticos y difíciles, pero mucho más solidarios, paradójicamente.