OJO AL CHARQUE

Castigado por llegar a tiempo

Castigado por llegar a tiempo

Constantino Rojas Burgos.- "Mi vuelo partía a las 06:45 y está retrasado con media hora”, “mi hija llegaba en el vuelo de las 08:45 y ya llevo esperando media hora y pese a que el anuncio electrónico sigue señalando 08:45 aún hay que esperar algo más. “La flota hacia La Paz estaba previsto que partiera a las 10:00 de la mañana y nadie dice nada del por qué el retraso”. “Me invitaron a la presentación de un libro, ya llevamos 45 minutos de retraso, aunque el autor y los organizadores del evento están presentes, no se puede empezar porque los invitados siempre llegan tarde”, “en una institución pública debía recoger un trámite, me dijo que vuelva hoy y ahora me dicen que vuelva mañana no más”.
“Lic. puedo pasar a su clase, estoy llegando tarde porque había un bloqueo en la carretera”, otro “porque se arruinó el trufi y tuve que venir caminando”, “No di el examen porque llegué tarde, vivo lejos y me cuesta llegar a tiempo”, “no pude sortear el tema para la defensa de la auxiliatura, llegué con tres minutos de retraso y ahora me siento discriminado”, “tenía hora con el médico para las 16:00 y como llegué retrasado, ya no me quiere atender”.
Podríamos seguir enumerando una serie de hechos que tienen relación con el retraso y la impuntualidad para asistir a cualquier actividad que se realiza en las instituciones, sean estas públicas o privadas, sean Organizaciones No Gubernamentales. Lo cierto es que la “famosa” hora boliviana está tan enraizada en nuestros hábitos y costumbres que siempre llegamos retrasados a todo. El puntual tiene que esperar mucho tiempo y tener paciencia para soportar el inicio de las actividades.
El problema no es solo institucional. Es un problema serio que radica en las personas que tenemos el hábito de llegar siempre tarde, no hemos aprendido a tomar las previsiones para salir con tiempo de anticipación e incluso llegar cinco minutos antes para colaborar en la realización puntual de cualquier evento.
Llegar puntual, por tanto, significa un castigo para aquellos que tienen el hábito de llegar a tiempo. Un abogado jubilado, cuando le dije que la puntualidad es un castigo, me respondió: es más que eso, es una tortura, más si tu amigo, tu colega, te dice una hora, estás esperándolo y al final ni se aparece, o se olvidó o se fue a cumplir otro compromiso.
Definitivamente, no hemos aprendido a valorar el tiempo de las otras personas, pero lo más grave, es que tampoco hemos aprendido a pedir disculpas. Lo que hemos aprendido es más bien a justificar y encontrarle excusas y una serie de explicaciones, a enmascarar una actitud personal que resulta difícil de superar, porque la hora boliviana es parte de nuestra costumbre y tradición más o menos generalizada, que se aprende del ejemplo que damos los mayores y que además se arrastra por generaciones.
Ser puntual debería ser un valor reconocido por la sociedad, no un castigo ni una tortura, un valor que ennoblece a la persona y dice mucho de su formación desde la casa y de la familia. Tenemos que aprender a respetar el tiempo de las otras personas como una norma o principio que contribuya a mejorar las relaciones humanas y, sobre todo, a superar la “hora boliviana” que para nosotros los bolivianos resulta ser un estigma, presente en todas las clases sociales.
La puntualidad implica respeto, cortesía y educación, porque cada uno de nosotros empeñamos nuestra palabra, signo de confianza y credibilidad sobre nuestras acciones y compromisos. Si somos impuntuales, estamos a tiempo de corregir los errores y de cambiar de actitud por el bien de las personas y de la sociedad boliviana.