EDITORIAL

Egipto, Siria y el fracaso de la paz

Egipto, Siria y el fracaso de la paz

Todo parece indicar que son todavía muchos y muy violentos los enfrentamientos que esperan a los pueblos del mundo islámico

Las noticias sobre lo que está pasando en Egipto, que se suman a las que dan cuenta de la matanza que desde hace ya casi dos años se produce en Siria, y las enormes dificultades que la comunidad internacional encuentra para hacer algo al respecto, o por lo menos emitir una opinión en términos categóricos e inequívocos, han confirmado durante las últimas semanas que en la zona del Medio Oriente las más pesimistas previsiones suelen ser las que más se adecuan a la dramática realidad.
En Egipto, como en Siria, hasta ahora no han servido de nada las abundantes declaraciones líricas ni las buenas intenciones ni las exhortaciones a que las partes involucradas en el conflicto se avengan a resolver sus controversias sin salirse de los límites marcados por las modernas instituciones republicanas, por los principios y valores correspondientes a sociedades democráticas y deponiendo las intransigencias propias de dogmatismos religiosos. Nada de eso ha tenido ningún efecto práctico y, lejos de ello, la ferocidad con que se desarrollan las matanzas va dejando paulatinamente de causar asombro e indignación. Se diría que poco a poco se va imponiendo cierta pasiva resignación, pues ninguno de los medios desarrollados por la sociedad contemporánea parece suficiente para poner límite a las más atroces formas de violencia.
A juzgar por la manera como vienen evolucionando los acontecimientos desde que hace un par de años se iniciara la ola de protestas en los países islámicos del norte de África, se diría que la magnitud de las fuerzas que pugnan por la supremacía en esa región del mundo es muy superior a las que pregonan la paz. En efecto, de nada han servido los esfuerzos de periodistas, intelectuales, artistas e incluso algunos líderes políticos que se resisten a hacerse cómplices de cuanto ocurre, pues los fanatismos religiosos, sumados a los intereses económicos y geopolíticos que se juegan en la zona, han demostrado ser mucho más influyentes a la hora de definir el curso de la historia.
Que eso ocurra dice mucho de la naturaleza y el muy hondo origen histórico, religioso y cultural, a lo que se suman factores políticos y económicos, de los conflictos que están asolando a gran parte del Medio Oriente y en especial a los países de raigambre islámica. Las pugnas entre chiitas y sunitas, las dos principales fracciones en las que está dividido el credo musulmán, las que nada tienen que ver con circunstancias históricas contemporáneas, pues su origen se remonta a los orígenes mismos de esa fe religiosa, son sólo una pequeña muestra de la complejidad de un fenómeno ante el que, como los hechos demuestran, de muy poco sirven los criterios contemporáneos.
Por eso, y más allá de las buenas intenciones, los sentimientos de solidaridad con las víctimas –de uno u otro bando– y a pesar de las muchas esperanzas que hasta hace poco se tenían en la posibilidad de que el mundo islámico ingrese a una etapa en la que la convivencia civilizada y pacífica se sobreponga a los odios y resentimientos acumulados durante muchos siglos, todo parece indicar que son todavía muchos y muy violentos los enfrentamientos que esperan a los pueblos del mundo islámico durante los próximos años.