OBSERVATORIO

La falacia de las rupturas

La falacia de las rupturas

Demetrio Reynolds.- Hay vientos de fronda en la política; ahora se cuestiona las supuestas rupturas. Dos cadenas fatigadas por el mal uso, como la del comando policial en el caso de Chaparina y la del ejército en el de los famosos misiles chinos, dizque se han roto en algún punto de la burocracia estatal. El mal parece que ha invadido también el campo de las letras. Varios expertos examinan la ruptura que se habría producido en la línea narrativa del siglo XX. Todo se rompe en Bolivia, hasta la noche se rompe, no obstante el pedido de Julio Iglesias.
Lo que sigue es un ch’enko de la gran seven, como diría Paulovich. El Tipnis ha pasado por sucesivas etapas de conflicto. El Gobierno recurrió a todo, con premeditación, alevosía y ventaja; hasta “espejitos” coloniales utilizó para dividir a los indígenas. Fue un flagrante atentado a los derechos humanos. Tal vez no recuerda, pero por esa causa más que por otra está en la cárcel Fujimori. Cuando se reponga la vigencia de la democracia se juzgará a los autores y cómplices de la masacre. Desde ahora para entonces, la verdad ha empezado a sonar; se diluyen las patas cortas de la mentira.
Un actor de cine y un comerciante extranjero contribuyeron a esa tarea. Sin ellos no se hubiera descubierto la red de extorsión que operaba desde una cúpula ministerial. La logística oficial, las denuncias, incluso las acusaciones desde la cárcel, encajan perfectamente en esta hipótesis: No hubo ninguna ruptura de mando; del Palacio Quemado salió la orden para intervenir la marcha; el Ministro de Gobierno trasmitió esa decisión al Comando Policial, para que éste a su vez ordene efectuar la represión. Así tiene que haber sucedido. En vano se oculta Platero tras la puerta; se le ven las orejas.
Atando cabos con razonamiento lógico, la hipótesis estaría probada: Si el tal Sacha hubiese obrado por su cuenta estaría en camino a Chonchocoro y no de embajador de Bolivia ante la ONU. La sumisión ante quien le ordenó que hiciera lo que hizo fue premiada con el exilio dorado. No era seguro que callara siempre, por eso decidieron alejarlo. El encubrimiento confeso del Vicepresidente no tiene otra explicación: “Yo sé quién ordenó la masacre, pero no lo voy a decir”. Como es un delito, algún día “cantará” lo que sabe.
El cuento chino de los misiles es de característica similar. El operativo pasó sin duda por las tres instancias de la cadena vertical: Órgano Ejecutivo, Ministerio de Defensa y Alto Mando Militar. El convenio entre la Embajada Americana y el Gobierno, para la entrega del material, por supuesto que no fue una transacción filantrópica. ¿Por cuánto sería? Nada raro que el gusano de la corrupción haya pasado por esa bolsa.
Por consiguiente, y en sujeción a la Ley 1178 (Safco), el “traidor a la patria” sería el señor Rodríguez Veltzé, actual embajador plenipotenciario en Holanda, y su cómplice institucional, la Asamblea Legislativa Plurinacional, que lo eximió de toda culpa. El convincente alegato “razonado” y “documentado” a que hizo alusión el embajador no puede ser un secreto. El país tiene derecho a conocer. No es cuestión de polémica sino de esclarecimiento de la verdad.