EDITORIAL
Los incendios forestales
Los incendios forestales
Más allá de los discursos ambientalistas, nuestro país resulta ser uno de los que más contribuye a la destrucción de la salud ambiental del planeta
Tal como era de prever –de hecho, lo venimos haciendo con cierta insistencia desde este espacio editorial durante los últimos años a estas alturas del calendario– en nuestro país han comenzado a reportarse los primeros casos de masivos incendios forestales, sin contar los muchos que desde hace algunas semanas se producen pasando casi desapercibidos por ser ya parte de la rutina nacional.
Que el fenómeno ya sea tan previsible, así como los siguientes episodios –anuncios de investigaciones, amenazas de sanciones– que de manera cíclica se repiten con tanta regularidad como las estaciones del año, tiene una explicación. Es que los agricultores de Bolivia, grandes, medianos y pequeños siguen recurriendo al fuego como principal medio para preparar las tierras de cultivos para la próxima siembra de productos agrícolas y para el pastoreo de ganado. Y lo que es mucho peor aún, se recurre al fuego para ampliar de manera “accidental” y muy barata la frontera agrícola destruyendo extensas áreas boscosas transformándolas así en terrenos cultivables o urbanizables.
El principal argumento en el que se respaldan los autores de esa manera de actuar es el económico. Y visto el problema desde el punto de vista de los intereses individuales y gremiales de los agricultores, es evidente que tienen razón pues es imposible que otro método de chaqueo resulte más rentable que el uso de fósforos, más aún cuando las condiciones ambientales se prestan a que con sólo ese instrumento puedan obtenerse resultados que de otro modo requerirían grandes esfuerzos e inversiones. Y si a eso se suma que las condiciones atmosféricas contribuyen a la propagación, y a veces incluso al encendido espontáneo de fuegos, se hace fácil entender porqué a tanta gente le resultan económicamente atractivos los incendios forestales.
Desde el punto de vista de los intereses de la sociedad, en cambio, el panorama es diametralmente opuesto. Es que como todos los estudios sobre el tema lo confirman, las pérdidas económicas causadas por los chaqueos y los incendios sólo pueden ser cuantificadas en términos de cientos de millones de dólares. La diferencia es que tan alta factura no la pagan los beneficiarios de los incendios, sino que se distribuye entre toda la sociedad y se la deriva a las nuevas generaciones.
La destrucción de bosques, que además de árboles y por consiguiente madera albergan una de las mayores diversidades de flora y fauna del planeta, cuyo valor mercantil es difícil cuantificar pero fácil comprender, es sólo el aspecto más visible de las pérdidas. Las masivas infecciones respiratorias y conjuntivitis, entre muchos otros efectos menos notorios pero no menos letales sobre la salud de las personas tienen también un costo que no es pequeño ni es cubierto por los autores de los chaqueos y los incendios.
Desgraciadamente, y a pesar de lo evidente que es la gravedad del asunto, parece haberse impuesto tácitamente una actitud de resignada aceptación. Y no sólo entre las autoridades estatales –nacionales, departamentales y municipales– sino, lo que es peor, en toda la sociedad. Así, más allá de las buenas intenciones y de los discursos ambientalistas, nuestro país resulta ser uno de los que más contribuye a la destrucción de la salud ambiental del planeta.
|