EDITORIAL

Palmasola, una tragedia anunciada

Palmasola, una tragedia anunciada

Sólo cabe esperar que la tragedia marque un punto de inflexión y, ahora sí, se adopten las reformas necesarias en el régimen penitenciario nacional

La matanza que durante la mañana del pasado viernes se desató en la cárcel de Palmasola, la más grande, importante y supuestamente moderna de Bolivia, ha causado por su magnitud y atrocidad verdadero espanto entre quienes en nuestro país y en el mundo entero han conocido los detalles, los motivos y antecedentes.
Es sin duda mucho lo que podrá decirse al respecto, pero nadie que haya tenido alguna información sobre la realidad carcelaria no sólo de Palmasola sino en todos los recintos penitenciarios bolivianos puede declararse sorprendido. Es que aunque ni las más pesimistas previsiones llegaron a imaginar los niveles de brutalidad que se registraron, fueron muchas las advertencias sobre la inminente posibilidad de que tarde o temprano un desastre se produjera. En efecto, hubo abundantes llamadas de atención que tanto la Defensoría del Pueblo, la Iglesia Católica y muchas organizaciones defensoras de los derechos humanos hicieron al respecto sin que, como los hechos lo demuestran, hayan recibido la atención que merecían.
Las causas que se fueron acumulando para producir este dramático desenlace estaban también muy bien identificadas. El hacinamiento, la absoluta y total falta de presencia estatal y su correlato, el desmesurado poder acumulado por los más peligrosos reclusos ante la permisividad de las autoridades responsables son algunos de los factores que crearon las condiciones para lo ocurrido.
El sólo hecho de que los reclusos organizadores de la masacre hayan contado con un verdadero arsenal de armas de fuego, armas blancas, bombas incendiarias, drogas y alcohol, además de muchas atribuciones que pasando por encima de las autoridades penitenciarias les daban pleno control sobre la vida carcelaria, lo dice todo.
Es verdad, como ahora alegan las autoridades, que el fenómeno no es nuevo y no puede ser atribuido exclusivamente a la actual gestión gubernamental. No es menos cierto, sin embargo que, aun siendo antiguo el problema, durante los últimos años se fue agravando a un ritmo exponencial. Y aunque se tomaron algunas medidas para paliarlo, como la elaboración de una ley de indulto que se proponía disminuir en algo el hacinamiento, fueron del todo insuficientes.
Ahora, cuando la tan prevista explosión se produjo, podría suponerse que es demasiado tarde para hacer algo al respecto. Pero no es así, pues la dramática realidad carcelaria de Palmasola no es una excepción ni mucho menos. Por el contrario, es muy similar lo que ocurre en todas las cárceles del país. El hacinamiento, la falta de control interno, la inexistencia de terapias ocupacionales, la corrupción, la ausencia de autoridad estatal y la plena vigencia de reglas internas impuestas por los más audaces e inescrupulosos de los reclusos son parte de la rutina carcelaria nacional.
Siendo esa la realidad, sólo cabe esperar que la tragedia de Palmasola marque un punto de inflexión y sirva para que, ahora sí, se adopten las medidas tan vanamente exigidas durante los últimos años. Una profunda reforma policial, un cambio de los códigos Civil y Penal, entre otras, son algunas de las medidas cuya ejecución no admite más dilaciones.