COLUMNA VERTEBRAL

Urrelo y su perro loco

Urrelo y su perro loco

Carlos D. Mesa Gisbert.- Perro Loco se ha enamorado y sólo por eso ha decidido abandonar el heavy metal satánico. El 666 ha sido desterrado por un nombre de mujer y la sonrisa boba de alguien enamorado.
El mayor Lucio Lobo es un policía que ha prometido encontrar a una bella muchacha presentadora de un programa de televisión que ha desaparecido, pero en realidad hace exactamente lo contrario.
El viejo benemérito Soriano, recompone sus recuerdos de la posguerra del Chaco en un diálogo entre melancólico y surrealista con su hijo.
El solitario moribundo le cuenta a la musa cómo fue a buscar la muerte en la guerra y encontró allí el paraíso pensando siempre en su pequeño perro Rayo, muerto con saña por su madre cuando, aún niño, vivía en el altiplano.
Wilmer Urrelo prueba en una novela fascinante, “Hablar con los Perros”, la madurez de un gran narrador y transita con extraordinaria soltura por los difíciles caminos de una construcción argumental de planos superpuestos, de voces múltiples, de un montaje casi cinematográfico de tramas paralelas, jugando con la palabra sin desprenderse nunca de su sentido básico, el de comunicar de manera inteligible las almas, los cuerpos, las situaciones, los movimientos, la acción de sus personajes.
Llegaba prevenido ante esta novela monumental por la dimensión de los universos que desarrolla y su extensión (seiscientas cincuenta páginas). Además no estaba demasiado conmovido por su anterior novela “Fantasmas Asesinos” (demasiado parecido como título y como referencia autoasumida a los “Detectives Salvajes” de Bolaños.
Devoradas unas pocas hojas de la extraordinaria biografía musical de Perro Loco, recordé vívidamente “La Casa Verde” y “Conversación en la Catedral”. El tour de force formal y estructural de Vargas Llosa en ambas novelas definitivas para nuestra literatura, aparecía segundo a segundo en la pluma de Urrelo. Por un minuto mi vieja formación de crítico me hizo dudar, pero la fuerza de la novela fue muy superior a mis prejuicios y a los guiños y a los padrinazgos reales o imaginados, simplemente Urrelo se impone sobre el lector porque logra algo esencial, fascina, seduce, atrapa, abre el apetito, reparte las dosis exactas de verdad en la ficción y hace de esta, mentiras verdaderas. El suspenso, la crítica ácida, el retrato de una clase social, la novela total, aquella que el propio Vargas Llosa bautizó así en su radiografía perfecta de la obra de García Márquez (“Historia de un Deicidio”).
Urrelo no es una excepción, es parte de una generación de narradores bolivianos que demuestran varias cosas, la primera y más importante, los caminos de la libertad, el desprejuicio. Escriben lo que literalmente quieren escribir, sin condicionantes sociales o políticos, sin aquel dogal envenenado que los viejos debates de los años sesenta convertían en un imperativo. Los escritores latinoamericanos tenían el deber de comprometerse con sus obras, de tomar partido, de ser agentes de cambio. El caso Padilla y el realismo socialista adaptado por los progresistas de la mano de la revolución cubana, demostraron cuán brutalmente se podía condicionar a un artista a título de compromiso. Sábato se preguntó alguna vez algo parecido a esto: “¿Quién dijo que los escritores latinoamericanos no podemos soñar con dragones?”.
Esa es la primera y esencial ruptura de los nuevos narradores del país, que sus caminos están signados por la libertad, que escriben sin complejos, que no niegan paternidades y que no se sienten obligados a nada.
“Hablar con los perros” es y no es una novela social, es y no es una novela negra, es y no es un policial, es y no es una historia de amor, es y no es un novela histórica. Es por sobre todo el desentrañamiento genial de un mundo, este, el nuestro y el de todos, el del barrio Gráfico, el de la avenida Montes, el de La Paz, sin que ello tenga nada que ver con el costumbrismo, o la novela urbana. No toma partido, no juzga, no condena ni elogia, simplemente narra y la narración lo desborda y nos condena a terminar el libro sin dejar de disfrutarlo. El autor se mueve cómodo en los diálogos, en las superposiciones y en las suplantaciones. ¿Cómo no recordar a Burguess y a Tackeray leídos por Kubrick, cuando el narrador habla de las desgraciadas peripecias del héroe, tanto en primera como en tercera persona?
Urrelo no renuncia a nada y por ello sus personajes pueden serlo en La Paz o en cualquier lugar del planeta, lo que importa son sus vidas, lo que importa son sus aventuras, lo que importa son las entrañas de cada uno. Me encontré, en suma, con un autor que deslumbra en una novela que, por fin, lo encuadra todo. Una genialidad de un autor que me dejó boquiabierto.