EL CLAVO EN EL ZAPATO

Vergés, el brillante bastardo

Vergés, el brillante bastardo

Fadrique Iglesias.- La semana pasada en París ha muerto Jacques Vergés, uno de los abogados más controvertidos del siglo XX, a los 88 años. En su currículum destaca haber defendido a gente extrema, muchos de ellos torturadores, asesinos otros, y activistas los menos. Su caso más renombrado fue el de Klaus Barbie, el Carnicero de Lyon, conocido de sobra en tierras bolivianas.
Vergés tituló su autobiografía de la misma forma que esta columna, y así es como él se proyecta: como un abogado brillante e impío que buscó edificar una imagen de vengador de las colonias francófonas oprimidas, defendiendo la violencia y a los violentos.
Sus 88 años de vida han dado para mucho. Tanto como para haber nacido en Tailandia (de padres francés y vietnamita), haber crecido en Reunión, haber forjado su pensamiento político de extrema izquierda en Londres, estudiado leyes en París, con posteriores estadías en la Praga de los 50, en algunos lugares del mundo que no ha revelado, y haber forjado su carrera política en el norte de África.
Este contradictorio y polémico personaje que fue funcionario del Ministerio de Asuntos Exteriores de Argelia, señaló que su defensa del exjefe de la Gestapo de Lyon fue ad honorem y por una motivación de defender el sistema legal francés de una “manipulación” interesada. No ha dudado en llevar reclamaciones rocambolescas como la de la expulsión ilegal del ciudadano boliviano-alemán Klaus “Altmann” Barbie ante el Tribunal Internacional de la Haya, en 1987, contando con un reducido equipo, entre los que estaba el abogado boliviano Raúl Jiménez Sanjinés.
Aquel fue un proceso judicial largo y costoso: tan sólo la preparación, deliberación y su sentencia demoraron más de cuatro años en total. Este juicio fue el primero en la historia de Francia hacia una persona imputada por crímenes contra la humanidad y marcó la jurisprudencia futura en la materia.
Así, Vergés pasó de ser tan solo un abogado a ser el principal atractivo de aquel evento, ya que sistemáticamente fue armando una campaña multidimensional, implicando otros espectros tangenciales al juicio de los crímenes cometidos por el nazi, como los atropellos realizados por franceses en territorio argelino en las épocas coloniales; la credibilidad de los testimonios y documentos utilizados por la parte civil –documentos sobradamente comprobados en los que estaba la rúbrica de Barbie–; la ilegalidad en la expulsión de Bolivia del ciudadano “Altmann”, e incluso la profusión de voces negacionistas del holocausto. Importantes intelectuales como Jürgen Habermas o el premio Nobel de la paz Elie Wiesel, han criticado sus métodos.
Ha defendido además a gente tan diversa como a Carlos “El Chacal”, Pol Pot, Wadi Haddad –pionero del actual terrorismo islámico–, Ibrahím Abdalá, y sobre todo a la terrorista Djamila Bouhired, con quien contraería nupcias. En sus últimos años se ofreció a personajes como Slovodan Milosevic, a Saddam Hussein y Muamar el Gadafi, sin haber llegado a consumarse su defensa.
“La naturaleza es salvaje, impredecible y absurdamente cruel. Lo que distingue a los seres humanos de los animales es la capacidad de hablar en nombre del mal. El crimen es un símbolo de nuestra libertad”, dijo en vida. Ése fue su modo de proceder y su modo de pensar. La justificación sin límites. Públicamente manifestó que “comprendía perfectamente la violencia en algunos casos”, lo que le hacía aún más peligroso. El peligro que esos brillantes cerebros significan para la humanidad.