EDITORIAL
Otra oportunidad a la diplomacia
Otra oportunidad a la diplomacia
Es tan grande el potencial explosivo que se ha acumulado alrededor de Siria, que muy pocos están dispuestos a recurrir a la guerra sin agotar antes la diplomacia
A medida que transcurren las horas y se aproxima momento del “inminente” ataque encabezado por Estados Unidos a Siria, el que según muchas previsiones que cobraron cuerpo durante los últimos días tendría que producirse en cualquier momento, todo parece indicar que la intensa actividad diplomática desplegada para evitar tal extremo volverá a imponerse. La decisión del Parlamento británico de esperar el informe de los inspectores de la ONU sobre el supuesto uso de armas químicas en ese país, y el pronunciamiento en similar sentido de congresistas estadounidenses, son al parecer los principales factores, pero no los únicos, de la nueva oportunidad que se le estaría dando a la paz.
Es verdad que contra esa cautelosa posición juegan con toda firmeza sus más agresivas cartas quienes consideran que no debe postergarse por más tiempo una intervención militar para defenestrar al régimen de Bashar al Assad. Además de los órganos ejecutivos de Estados Unidos, Reino Unido y Francia enarbolan esa consigna, países y organizaciones cuyo peso en la zona es decisivo, como Canadá, Australia, Turquía y la Liga Árabe, quienes se han mostrado dispuestos a respaldar una acción militar y asumir los riesgos consiguientes. Sin embargo, todo parece indicar que las experiencias obtenidas en circunstancias similares, como en la intervención militar sobre Irak, Afganistán o Libia han dejado lecciones suficientemente amargas como para que se piense más de una vez antes de recurrir a las mismas fórmulas fallidas.
Tanto en Estados Unidos como en Europa y sus aliados, y a diferencia de las posiciones de Rusia o China, países que no tienen muchos escrúpulos a la hora de mostrarse tolerantes con los brutales métodos empleados por el régimen sirio para reprimir y exterminar a sus opositores, son cada vez más frecuentes las voces que convocan a la cautela y a la preservación de las vías diplomáticas. Y no porque entre quienes se oponen a la vía bélica se haya impuesto algún tipo de debilidad o condescendencia, sino porque, con criterios también muy pragmáticos, consideran que los daños que tal opción acarrearía serían mucho mayores que los beneficios, cualquiera sea el punto de vista desde el que éstos sean calculados.
La posibilidad de que tras una ofensiva militar arrecien los enfrentamientos entre las diferentes facciones en que está dividido el mundo islámico –sunnitas y chiitas principalmente– a los que se suman las rivalidades de origen étnico y nacional, como la que enfrenta a kurdos contra los estados de Turquía y Siria, independientemente de la naturaleza de sus respectivos gobiernos, es una de las razones por las que se teme que una intervención militar no sirva más que para atizar el fuego sirio y hacer que se extienda por toda la región pasando por encima de las frágiles fronteras.
Esas, entre muchas otras, son algunas de las consideraciones que adquieren más peso a medida que se acerca la hora de la elección entre una nueva ofensiva militar o la insistencia en la vía diplomática. Y están tan bien fundamentados los motivos para el temor, y tan desprestigiados por la experiencia los argumentos de los partidarios de la guerra, que no parece posible y mucho menos sensato que estos últimos se impongan. Por lo menos no en el futuro inmediato.
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