A TI, JOVEN CAMPESINO

¡ Alegría !

¡ Alegría !

Pedro Rentería Guardo, Pbro..- ¿Existe la felicidad? ¿Usted cree en la felicidad?
Permitidme, chicos del hogar-internado, que hoy ceda la palabra a nuestros seminaristas del San Cristóbal. Ya sabéis: es el Seminario católico, el centro de estudio y espiritualidad donde se forman los futuros sacerdotes de la Arquidiócesis. Fueron los alumnos del curso introductorio, los más jovencitos, quienes preguntaron.
No oculto que a veces me gusta devolver a sus autores las preguntas para así motivar el diálogo, el contraste de opiniones. Y resultó interesante. Como ocurrió en otras ocasiones, en otras pláticas con jóvenes o mayores, la idea general manifestada es que nuestra felicidad depende de los acontecimientos buenos o malos, amables o desagradables, que nos rodean. Que nos zarandean.
- Prefiero pensar, muchachos, -les dije- que la felicidad está por encima de lo que nos ocurra, sea positivo o negativo. Es una actitud ante la vida. Una toma de posición. Un “querer” ser feliz… encajando con calma, armonía, buen humor y esperanza cuanto se nos presente.
Entiendo que este lenguaje es duro para quienes estáis en camino de crecimiento y formación. En realidad lo es para todos. Estamos demasiado influidos por los aconteceres diarios. No nos atrevemos a ser dueños y señores de nuestras decisiones.
Quizá preferimos que otros decidan por nosotros.
- Y, ¿usted es feliz, padrecito?
No podía faltar la comprometida pregunta. Sólo pude afirmar que también me considero caminante, empeñado en recorrer la difícil senda de ambicionar ser feliz. De elegir la sonrisa, la cercanía a los demás, la escucha, la paciencia, la cordura.
Y, siempre, en los momentos espinosos y comprometidos, querer contar con una mano amiga que nos sostenga y acompañe.
No cejo en el empeño de presentaros el mensaje del Maestro de Nazaret, de Jesús, para subrayar en él tantas y tantas palabras y gestos que transmitieron seguridad y confianza a muchos. A quienes tuvieron la sabiduría de prestarle atención y seguir sus pasos. A quienes encontraron en su persona la fuerza necesaria para convertir la adversidad en ocasión de discernimiento y lucidez.
Cuando finalizó la clase con los seminaristas, en la que tuvo lugar este curioso diálogo, en seguida pensé en unas escenas que últimamente hemos visto en nuestro cine improvisado del hogar-internado. Se trata de un elegante espectáculo perteneciente al Circo del Sol, esa compañía canadiense de entretenimiento, dedicada a las artes circenses y esparcimiento callejero, reconocida en todo el mundo por su alta calidad.
El tema musical, que acompaña a una de sus exhibiciones, denominado “Alegría”, ha provocado vuestro interés, hasta el punto de tener que proyectarlo en varias ocasiones. Una vez más he sido testigo de la magia, del embrujo, que las notas musicales avivan en vuestros rostros. Embrujo intensificado por las volteretas de los trapecistas, el equilibrio de los malabaristas o el genio de los payasos.
Quisiera que la alegría, la sincera y humilde alegría, fuera vuestro patrimonio más hermoso. Que seáis como esas gentes de los circos, empeñados en el “más difícil todavía”, tratando de llevar sorpresa y disfrute a los demás. Empeñados, sí, en sazonar con alegría tantos quebrantos, tantas lágrimas, tantos sinsentidos. Y sacar a flote la felicidad escondida tras la fatalidad.
Alegría para quienes sufren hoy la guerra civil en Siria. Alegría para los hermanos egipcios enfrentados. Alegría para los civiles en Centroáfrica o R.D. del Congo, que huyen de los movimientos guerrilleros. Alegría para quienes aún buscan la comida en los basurales. Alegría para quienes son perseguidos por causa de su fe.
Alegría para los niños que mueren -uno cada tres segundos- por extrema pobreza.

Alegría

Alegría
como la luz de la vida


Alegría
como un payaso que grita


Alegría
del estupendo grito
de la tristeza loca
serena
como la rabia de amar


Alegría
como un asalto de felicidad.
(Letra de “Alegría” - Circo del Sol)