DÁRSENA DE PAPEL

La diplomacia del partidario

La diplomacia del partidario

Oscar Díaz Arnau.- A pesar de los esfuerzos del oficialismo boliviano por demostrar lo contrario, los efectos de la escapada furtiva de Roger Pinto son el corolario de unas relaciones con Brasil que venían deterioradas. Este caso muestra, asimismo, la contaminación de la diplomacia por parte de políticos en extremo ideologizados y, así, poco dados a asumirse ignaros dentro de unas esferas más apropiadas —no por capricho— para profesionales de carrera. En fin que, abstrayéndonos de las maniobras políticas de ambos bandos, en ambos países, hay algo incontrastable: El persecutor, aunque se vista de seda, no entiende de asilos como la Santa Inquisición, orlada de crucifijos, no entendía de libros.
No es ningún secreto que una buena parte de los diplomáticos de carrera han sido desplazados por políticos advenedizos, aquí y más allá también. De alguna forma había que domesticar a los indóciles de cancillería que comenzaban a sentirse intocables bajo la extravagante convicción de que sus estudios les acreditan per se, frente a cualquier otro surgido —verbigracia— de entre el voluntariado de la campaña preelectoral.
En el caso Pinto, a diestra y siniestra hubo diplomáticos y políticos que han cometido yerros. Históricamente Brasil ha actuado con sensatez, procurando separar los tantos; esto es, manejar su diplomacia fuera de las tropelías de la política partidista. Algo de lo que Bolivia no puede preciarse, especialmente, en los últimos años.
Russeff ha mostrado volatilidad en este aspecto, probablemente distraída por lo mismo que hoy le quita el sueño a Morales: aquélla y éste deben vigilar con un ojo las relaciones internacionales y con el otro su electorado; les aqueja el síndrome del candidato, deben pensar en los comicios que encararán el próximo año. Y, siendo francos, pocos bienintencionados creerán que el fin último de estos carialegres mandatarios sea la búsqueda de desahogo a los lazos malhadados de Brasil y Bolivia “por amor a mi patria” o “por la salud económica de mi país”. Buenos políticos que son, están preocupados en que el episodio de Pinto no menoscabe —aún más— sus avideces presidenciales.
En cuanto a la idea inicial del persecutor y el asilo, 452 días son muchos para estar encerrado en una embajada, por delincuencia que se endilgue al confinado de turno; muchos son también los asilados en países vecinos. ¿Usted se ha preguntado por qué tanta gente ha decidido salir forzadamente de Bolivia durante el gobierno de Morales? Luego, ¿vio qué fácil es para un opositor eludir los controles en los pasos fronterizos? ¿Y lo negligentes que se han vuelto los encargados de brindar seguridad al Estado? Para esto último se puede ensayar una respuesta-pregunta: ¿Con qué cara se atreverían a revisar un vehículo de chapa diplomática tras los incidentes sufridos hace dos años por Celso Amorim en Bolivia y recientemente por Evo Morales en Europa?
Una reflexión final. Ser diplomático —otrora una misión cómoda, de satisfacción plena y sin mayores sobresaltos que los de una legación políticamente seria— se ha convertido en un auténtico castigo en ciertos países de la región. Esto siempre y cuando el funcionario de servicio exterior no hubiese accedido a su cargo después de batir ardorosamente las palmas en la antes dicha campaña electoral, sorteando la más complicadita opción de seguir la carrera de Relaciones Internacionales.
El diplomático respetable ejercita una noble actividad sin la cual no podría explicarse ningún proceso de paz en el mundo. Esa actividad, hoy, está sometida a otra bastante menos decorosa: la de la política partidaria al uso.