OBSERVATORIO

Infierno en las cárceles

Infierno en las cárceles

Demetrio Reynolds.- Entre Pinto y Palmasola hay cierta relación de semejanza, ambos reflejan el mismo drama: la ausencia de justicia. La que lleva este nombre en Bolivia no es más que una parodia de la otra. El odio político convirtió una embajada en prisión, y en otro escenario un violador convicto era tratado con gran fineza; tenía arresto domiciliario y no dejaron de pagarle su dieta de “honorable”. Al conocer su condena tomó las de Villadiego, sin ninguna prisa. Esta “justicia” sí funciona.
Con la ayuda de la legación brasileña el senador protagonizó una fuga espectacular. Para los oficialistas fue una maniobra exitosa de la “ultraderecha”. La manía de descargar en fantasmas la responsabilidad de sus errores es recurrente. En esas mentes no cabe la virtud de un gesto heroico para liberar del encierro mortal a un perseguido político; tampoco el respeto a los derechos humanos por encima de las imputaciones dudosas y las fronteras, como supremo derecho a la vida. ¿Es tan difícil entender eso?
La disputa de liderazgo en las cárceles es una práctica universal. Hasta en ese último escalón no faltan bravucones que quieren imponer su voluntad a los demás; es la tiranía basada en el poder de la fuerza. Quién puede más contra el otro, ése es el jefe o el jefazo; luego éste impone tributos de supervivencia y reglas de sumisión. En cierta forma, es el traslado de la delincuencia al interior de una cárcel, con una capacidad de acción superior a la esmirriada e incompetente fuerza policial que lo custodia.
El choque de dos bandas enconadas abrió el telón del infierno en Palmasola, y puso el dedo en la llaga carcelaria del país, como en otras bombas de tiempo. Los datos divulgados son espantosos: Hay 5 mil donde sólo caben 800; entre los muertos habían niños. Los presos podían invadir sin obstáculo otro pabellón para victimar a sus ocupantes. La guardia asignada, ¿estaba de asueto? En toda la población penal el 85 por ciento sólo guarda detención preventiva, sin sentencia. Y por azar, de Patacamaya se informó que los policías comparten el estado de pobreza con los internos. Mas el epílogo no parece tan malo: 35 muertos mediante, de pronto el Gobierno se ha vuelto muy laborioso.
La miseria descrita tiene relación con las instancias más próximas al poder central. En términos simples: fiscales, jueces y policías conforman el aparato judicial, con jueces que rechazó el “soberano” en las urnas. Sin normas ni políticas definidas, es de la misma madera que aquellos: tan pésimos en el desempeño como eficientes en lealtad a su partido. Así son las cosas.
Así y todo, el Gobierno está empeñado en pintar de bonito el techo de un vetusto edificio que se cae a pedazos, amén de prodigarse con dispendiosos lujos de magnate. De ahí que tampoco es extraño que la remota Siria esté más en la mira de atención que los Chonchocoritos en Bolivia. Vivimos, en fin, en un país donde por primera vez la fantasía de Lewis Carroll (la de las maravillas) ha logrado sobreponerse a la realidad, y un tal Estado Plurinacional a la República. ¡Somos felices!