COLUMNA VERTEBRAL
La Paz-El Alto, las consecuencias de una ficción
La Paz-El Alto, las consecuencias de una ficción
Carlos D. Mesa Gisbert.- La creación de la ciudad de El Alto en 1985 marcó un dramático punto de inflexión en la historia de La Paz. La decisión estrictamente política y concebida en función de los pesos y contrapesos del momento (el MIR asumió entonces que la nueva ciudad garantizaba una base más a la izquierda de una clase media que seguía siendo un pilar del viejo banzerismo), y no con la mirada de mediano y largo plazo que previera el futuro con coherencia.
Los resultados del censo del 2012 no hacen sino confirmar el desatino de tal mutilación. La Paz, en el colmo de los contrasentidos de la realidad objetiva que el censo niega, aparece como la única capital de Departamento que no sólo no ha crecido, sino que ha perdido población. En el imaginario nacional se presupone que el “decrecimiento” paceño muestra la declinación de la urbe, en contraste con el crecimiento sostenido y espectacular de Santa Cruz y Cochabamba.
El problema no reside en una absurda competencia por el “primer lugar” en población, sino en una lectura adecuada de los datos para poder definir una estrategia de desarrollo en el complejo urbano que hacen La Paz y El Alto sobre una premisa obvia, ambas ciudades -jurídicamente distintas- son una, no sólo porque no hay un milímetro de distancia entre una y otra, sino muy especialmente porque la vida de una no se explica sin la otra.
Los datos indican que el área metropolitana (que no cuenta a Viacha, Achocalla, Mecapaca o Palca) suma 1.613.457 habitantes. Ese es el dato fundamental sobre el que hay que diseñar una estrategia de desarrollo y de cobertura de servicios básicos y medios de transporte.
La maldición que se ha cernido sobre ambas “ciudades” desde el nacimiento de El Alto es doble. Por un lado, la parte más pobre de la metrópoli ha quedado circunscrita mayoritariamente en el espacio alteño, la menos organizada por su vertiginoso y reciente crecimiento. Impuestos magros y porcentualmente menores, equipos de gestión menos calificados y con menos experiencia, institucionalidad débil y poco organizada. Por el otro, nunca ha habido coincidencia política entre las dos alcaldías, siempre han ganado partidos distintos en cada ciudad, lo que ha hecho muy difícil sino imposible un trabajo de coordinación que haga efectiva la idea de un área metropolitana en la que se hagan armónicamente políticas públicas de mutuo beneficio. Por el contrario, las “ciudades” o han sido botín político excluyente o han sido reductos de confrontación de la una contra la otra, o de alguna (sino las dos) contra el gobierno.
La lectura elemental del dato demográfico nos dice que el complejo urbano paceño sigue siendo un importante imán de migración, sobre todo del occidente del país. El crecimiento entre 2001 y 2012 ha sido, si lo leemos por separado, radicalmente distinto. Se concluye que La Paz expulsa población (4% menos) y El Alto la atrae (24% de incremento desde 2001). Si hacemos la comparación con Santa Cruz que tiene 1.453.549 habitantes con un crecimiento de un 23%, supondríamos que El Alto crece más que Santa Cruz y La Paz está congelada, lo cual es incorrecto. La verdad es que el área metropolitana andina crece un 11%, la mitad de Santa Cruz, porque se debe ponderar el crecimiento de las “dos ciudades” paceñas y no de una o la otra por separado.
Si primara la sensatez, haríamos una bolsa común con los impuestos, un plan estratégico compartido de desarrollo de vías y de cobertura de servicios de alcantarillado, agua, luz y tratamiento de aguas. Si algo de sentido común nos quedara todavía, evitaríamos el regionalismo dentro del regionalismo. No contentos con la afirmación de identidades particulares, establecemos un antagonismo El Alto-“Hoyada” que se transforma en una línea de corte entre ricos y pobres, entre el Illimani y el Huayna Potosí, entre lo aymara y lo no aymara. Acabaremos dividiendo los amores futbolísticos cuando aparezca un equipo alteño en la Liga que pondrá en figurillas a bolivaristas y stronguistas nacidos en El Alto.
En política esta realidad se agudizó de modo estremecedor desde el comienzo del siglo XXI, cuando El Alto se convirtió en la ciudad paradoja. Por un lado, fue la “secuestradora” de La Paz. La sede de gobierno como “rehén”. Por el otro, fue la ciudad mártir que puso la mayor parte de los muertos en la crisis de octubre, en una exacerbación inaceptable de diferencias que fragmentan una idea de unidad y de pertenencia, que no sólo cuestiona la unidad de lo boliviano, sino de cada uno de los “fragmentos” en que queremos cuartear el país (pregunten sino en Tarija a los habitantes de Cercado y a los habitantes del Gran Chaco).
Por todo ello, intentemos por lo menos que la lectura de los datos del censo no sea ciega, de quien cree en la ficción jurídica sin entender que los desafíos metropolitanos sólo se responderán entendiendo que estamos ante una sola realidad urbana.
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