Saber renunciar
Saber renunciar
Mons. Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M..- Hoy es un domingo especial para la ciudad capital de Bolivia: se celebra la fiesta de la Patrona, nuestra Señora de Guadalupe, la mamita Gualala, como le llamamos cariñosamente los sucrenses. Es la Virgen Morena, aparecida hace muchos siglos en el pueblecito de Guadalupe, en Cáceres, España. El Padre Ocaña, Jerónimo, la pintó en un lienzo, el cual fue cambiado en 1784 por una plancha de plata y oro, adornada con un sinnúmero de piedras y joyas preciosas.
El evangelio de este domingo, Lucas 14,25-83, nos enseña cómo ser cristianos expresa claramente la necesidad de proveer si se cuenta con los elementos necesarios para construir la propia vida de discípulo de él. La previsión consiste en quedarse con las manos vacías. Son sorprendentes y radicales las exigencias que Cristo señala a sus oyentes, deseosos de seguirle. La recomendación de Cristo: “despréndanse de todo”. La respuesta a esta propuesta va a depender hasta dónde queremos ser sus discípulos y hasta dónde llega nuestro amor.
Guiados por la sabiduría y por el sentido común hacemos cualquiera de los humanos cálculos para construir una casa, antes de lanzarnos a poner los cimientos, para no pasar por el disgusto de dejarla a medias. Igualmente hay que medir nuestras fuerzas para oponernos a luchar contra alguien. Jesús después de poner los ejemplos advierte con claridad mediana: “el que no renuncia a todos sus bienes no puede ser mi discípulo” (Lc 14,33).
Hoy se lee en la primera lectura al libro de la sabiduría donde se nos enseña en qué consiste la verdadera sabiduría porque ella viene de Dios, y con nuestra inteligencia y buena voluntad, no somos capaces de ver más allá de los intereses rastreros. El Espíritu viene de Dios, él es el que puede ayudarnos a entender la vida, lo que se refiere a esta vida humana y la del cielo.
La clave de la sabiduría nos la enseña Cristo, el Maestro de los maestros. Hay que renunciar a todo, a la familia, a sí mismo, tomar la cruz propia. Hacer la voluntad de Dios, cumplir todos los mandamientos no es fácil. Saber relativizar todo lo que es relativo –hay cosas absolutas– y dar importancia a lo importante es buena sabiduría, la sabiduría que viene de Dios. Es la sabiduría que pedimos en el salmo de la misa de hoy, en el cual pedimos: “Enséñanos a calcular nuestros años, para que adquiramos un corazón sensato”. Para Dios, “mil años en su presencia son un ayer que paso”.
Lo que propone Jesús parece como imposible y escandaloso y nos da reparo en predicarlo. No pocas personas abandonaron a Jesús y en varias ocasiones por sus exigencias para ser discípulo de él. Pero Cristo no quiso engañar a nadie: “quien no pospone a su Padre y a su Madre no puede ser discípulo mío” (Lc 14, 26). No le importa a Jesús tanto el número, cuanto el actuar coherentemente en la vida.
Cristo no invita a odiar o despreciar la familia, los bienes materiales. Nos está enseñando a saber renunciar, incluso a nosotros mismos. Nos enseña a saber distinguir entre los valores absolutos y a relativizar los menos importantes. Hay que saber renunciar a las cosas secundarias para llegar a alcanzar lo más importante.
El seguimiento de Cristo exige tomar opciones valientes personales. La renuncia de Benedicto XVI, nos enseña a poner nuestros servicios del poder en manos de Dios, pues buscando los intereses del reino de Dios, de su Iglesia, y no los personales, puso en manos de los señores cardenales el poder de servicio para que elijan otro Papa con las facultades humanas más efectivas que las que él tiene.
Hoy, cuando recordamos el nacimiento de María, la Madre de Jesús, sabemos que Dios la llenó de su gracia, desde el momento de su concepción en previsión de los méritos de la redención que Cristo haría al morir por todos en la cruz. Aunque Dios la eligió para ser su Madre, no le quitó en nada la libertad para tomar decisiones en plena libertad. Dios pidió a María, que no entiende cómo podrá ser madre sin concurso de un hombre. El ángel le dice, según San Lucas, que eso será posible para Dios, pero no para los humanos. “Para Dios no hay nada imposible” (Lc 1,37). María entiende que sólo Dios tiene la razón y se doblega diciendo: “Hágase en mí según tu voluntad” (Lc 1,38).
Hoy, a la luz de la Palabra de Cristo, nos tendríamos que preguntar a qué estoy dispuesto a renunciar para ser discípulo, cristiano. A ver con sinceridad si soy inteligente y sensato sólo en asuntos económicos o materiales, o también en mi relación con Dios. Hay quienes quieren ser cristianos siguiendo a Cristo según los gustos propios. El plan de Dios no coincide con nuestros planes; a Cristo, como lo expresa el evangelio, hay que aceptarlo total o integralmente. ¿Creemos que esto tiene que ser así?
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