SURAZO
¡Ay, ay, Bigotón!
¡Ay, ay, Bigotón!
Juan José Toro Montoya.- Con el título de “¡Ay, Bigotón!”, el 19 de julio de 2012 publiqué un artículo en el que expresaba claramente que no me alegraba la designación de Xavier Azkargorta como director técnico de la selección boliviana de fútbol. Y mis razones no tenían que ver con la resistencia que surgió en ciertos sectores por la nacionalidad del entonces nuevo entrenador. Mi principal argumento era el sitial que había alcanzado el vasco con la clasificación al mundial de Estados Unidos, en septiembre de 1993. “El grupo humano que consiguió aquella hazaña estuvo encabezado por Xavier Azkargorta quien se convirtió en el personaje más querido por los bolivianos. Como las comunicaciones ya habían alcanzado el rango de masivo en aquel año, toda Bolivia supo lo sucedido y el Bigotón alcanzó un rango de héroe que sigue firme hasta ahora”, escribí.
Si elevé al estratega al rango de héroe, ¿por qué no me alegraba su designación?
Aún entonces, cuando Bolivia todavía tenía “posibilidades matemáticas” de clasificar al mundial de Brasil, yo estaba convencido de que el propósito no se alcanzaría esta vez y lo justifiqué con estas palabras: “El fútbol boliviano está tan dañado que es una tarea poco menos que imposible que se sane lo suficiente para clasificar al Mundial 2014”.
Dicho y hecho.
Bolivia no clasificó y, para colmo, cumplió una de las campañas más desastrosas de su historia futbolística. Dolida, mucha gente pide ahora que Azkargorta se vaya y aún se atreven a decir que la clasificación a Estados Unidos ’94 fue un espejismo.
Aunque suene feo que sea yo quien lo diga, ocurrió lo que predije en aquel artículo: “Para los millones de bolivianos que disfrutamos la hazaña de 1993, Azkargorta sigue siendo un héroe y si esta vez fracasa, como es muy probable que ocurra, su imagen sería afectada definitivamente”.
Sí. La imagen de Azkargorta se ha dañado. Yo todavía pienso cuál fue la razón más poderosa para que se haya animado a aceptar el reto de dirigir a nuestra selección por segunda vez. Estoy seguro que no fue el dinero porque, inteligente como es, el vasco jamás descendería a esos niveles. Por ello creo que fue el amor, no sé si a Bolivia, a la que amaba entrañablemente cuando lo volvieron a contratar, o a aquella misteriosa mujer a la que dicen que conoció en Santa Cruz.
Pero, en lo que a mí concierne, yo no busco motivos ni me pierdo en análisis técnico-tácticos de los errores que pudo o no haber cometido.
Para mí, al igual que los millones que tocamos el cielo con las manos en septiembre de 1993 y las semanas siguientes, Azkargorta sigue encarnando el logro futbolístico más importante de la historia boliviana, superior incluso al campeonato sudamericano de 1963.
Sí. Fracasó esta vez pero no fue su culpa. El momento histórico de 2012 era diferente al de 1993 y él sólo fue una ficha más en un complejo tablero de ajedrez controlado por una mafia cuya cabeza es la que debe cortarse, no la de él.
Al Bigotón le debo muchos momentos de alegría, aquellos en los que nuestra selección ganaba o empataba hasta lograr la ansiada clasificación directa. No quiero ser un desagradecido y no voy a cambiar mi opinión de él. Tampoco lo voy a culpar de nada ahora porque tengo memoria.
Para cerrar, reproduzco otro de los párrafos del tantas veces referido artículo: “Tal vez lo mejor sea pisar tierra y sí, que nos quedemos con el Bigotón pero no para Brasil 2014 sino para un proceso a mediano plazo que apunte inicialmente a Rusia 2018”. ¿Qué dirá la mafia?
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