¿Renta Dignidad a las mujeres?

¿Renta Dignidad a las mujeres?

Roberto Laserna.- Se han divulgado los resultados de una evaluación de la Renta Dignidad. Son tan positivos que al presentarlos propuse considerar la posibilidad de ampliación de la Renta Dignidad, por ejemplo eliminando los subsidios a los hidrocarburos y entregando el dinero a las mujeres mayores de 30. No hablaba en broma.
El informe de Udape dice que la Renta Dignidad ha contribuido a reducir la pobreza en 13 puntos porcentuales, y ha aumentado el ingreso y el consumo en por lo menos un 15 por ciento. Alcanza a poco más de la cuarta parte de los hogares bolivianos, no plantea ninguna condición a los beneficiarios, salvo la de ser ciudadanos, y tiene un costo promedio anual inferior a los 300 millones de dólares.
Por otro lado, los subsidios a los hidrocarburos representan más de 600 millones de dólares al año. Con ellos se paga a otros países por diésel, gasolina y gas licuado, distribuyéndose mediante precios bajos a la gente pero en proporción directa a su consumo, con lo que se agrava la inequidad social: los de mayores ingresos consumen más y, por tanto, disfrutan de una proporción mayor de los subsidios.
El año 2012 había 1,6 millones de mujeres comprendidas entre los 30 y los 59 años de edad. Si a todas ellas se las incluyera en la Renta Dignidad (o póngale otro nombre si desea), se necesitaría entre 366 y 405 millones de dólares al año para tal fin. Ese rango supone que el dato censal puede ser 5 por ciento más o menos que el difundido por el INE. En todo caso, la cifra es muy inferior a la que representa el subsidio a los hidrocarburos. Es cierto que ese grupo de población crecerá en los próximos años, pero seguramente lo hará también el subsidio, pues nada hace prever una caída en los precios internacionales de los hidrocarburos. Por tanto, la Renta Dignidad a las mujeres no solamente es financiable sino que es más barata.
Veamos ahora sus efectos.
La eliminación de los subsidios afectaría a empresarios agrícolas, transportistas, propietarios de vehículos y familias que consumen gas. Con costos más altos, deberían adaptarse a la nueva situación. Algunos precios subirían pero se reducirían el despilfarro y el malgasto de combustibles. A cambio, tendríamos la ventaja de una economía más transparente con precios y costos más realistas. Eso ya es bueno para la economía, para el empleo y para el consumo. Por supuesto, también para el medio ambiente, pues es más fácil quemar el combustible cuando es barato.
Su efecto más importante es que ese dinero llegaría directamente a los hogares. De las mujeres que tienen entre 30 y 60 años de edad, un 23 por ciento aproximadamente son jefas de hogar, y el restante 77 por ciento tiene un rol clave administrando la alimentación, la educación, la salud y el bienestar general de la familia. El destino del bono que reciban reflejará las prioridades de ese bienestar, y su gasto será mucho más eficiente y preciso que si lo hace un pequeño grupo de tecnócratas, por buenos y bien intencionados que sean. Muchos estudios comprueban que las transferencias en efectivo tienen mejores impactos de bienestar cuando llegan a través de las mujeres, y muchos estudios prueban también que, a similares niveles de ingreso, los hogares administrados por mujeres logran mejor calidad de vida. Por tanto, los hogares serían netos ganadores, y en especial los niños, lo que añade una proyección de equidad generacional a la propuesta.
Finalmente, el consumo de los hogares tiene efecto multiplicador de 2,19, lo que quiere decir que esos 405 millones en manos de las familias representarían un movimiento económico de 887 millones de dólares. El PIB crecería 3 puntos porcentuales al año como efecto de la dinamización de la actividad económica provocada por la demanda de las familias. Y como se trata de un mecanismo que aumenta todo tipo de demanda, y en todo el territorio, generaría oportunidades económicas tanto para los pequeños como para los grandes productores, que expandirían su capacidad productiva para atender esa expansión de mercado. Por lo tanto, cuando este dinero se acabe y no pueda seguirse distribuyendo la renta, nuestra economía habrá alcanzado un nivel muy superior de desarrollo.
Si sabemos bien que es la gente la que genera desarrollo, no el Estado ni la cooperación, ¿no es lógico que pongamos el dinero en manos de la gente?