COLUMNA VERTEBRAL

América Latina: cuestión de raíces

América Latina: cuestión de raíces

Carlos D. Mesa Gisbert.- Una de las preguntas cruciales que América Latina tiene que responder es: ¿Cuál es su esencia? ¿Cuáles son sus fuentes, sus raíces, sus anclas? En la medida en que sea capaz de mirarse a sí misma como lo que es, el producto de un fascinante proceso de construcciones sucesivas que se pueden medir en milenios, no en siglos ni en años, se comprenderá mejor.
Es un momento fundamental para mirar atrás con el único objetivo de avanzar. No se puede avanzar con el lastre de presunciones fabricadas, sino por el contrario, con la ligereza de quien tiene una alforja rica, diversa y propia. Los latinoamericanos somos muchas cosas, indígenas, europeos, mestizos, todo junto y todo diverso. Cuna de imperios, heredera de imperios, forjadora de estados nación y de ideas republicanas. Los siglos nos dieron una amalgama que aún no hemos podido moldear del todo. No somos todo uno o todo otro, somos parte y parte y quizás nos toque ahora más que nunca entenderlo, si no lo entendemos, poco haremos para proyectar futuro.
La región puede proponer paradigmas de desarrollo con los pies bien puestos en la tierra, en la suya y en la de todos. El siglo XXI es el de una mundialización que ya vivimos en los siglos XVI, XVII y XVIII, una mundialización que nos da a todos una identidad universal y que nos reafirma en nuestras particularidades. Desde el continente con mayor diversidad de recursos y con mayores amenazas a su permanencia, podemos proponer un destino de oportunidades. No basta con el discurso. Si el paradigma del desarrollo occidental radicalizado por teorías económicas cuya ecuación sólo deja preguntas en torno al destino final de la tierra, es posible proponer respuestas de crecimiento con equilibrio y sostenibilidad, pero para ello el primer desafío, el más importante, aquel en el que hay que centrar todo el volumen de nuestras potencialidades, es la derrota de la pobreza. Con 235 millones de pobres es imposible una solución armónica entre ser humano y medio ambiente. Es tiempo de que naciones como México y Brasil jueguen un doble rol, el mundial y el regional, es tiempo de que los países pequeños planteen una estrategia de equilibrios que demanden con la misma firmeza que lo hizo toda la región con los Estados Unidos, una relación más equilibrada y justa. Brasil y México tienen economías casi cien veces más grandes que Bolivia, Paraguay, Guatemala, Honduras o Haití, la asimetría es simplemente sideral. Ya no es posible que esos dos grandes mantengan el discurso de los chicos cuando se hallan entre las economías mayores del planeta, ni es posible que esos liderazgo se limiten a la retórica del “buen vecino” y de la integración, manejando las cosas como si fuera creíble lograrla sin compensaciones y fondos de solidaridad, cuyo costo, es verdad, inevitablemente deben asumir por su carácter de países líderes de la región, su peso gravitacional y su responsabilidad inherente.
Hoy, que Estados Unidos, agobiado por una crisis de dimensiones planetarias ha decidido cambiar su papel en la región por primera vez desde que puso su mirada, sus intereses y sus excesos en el continente en el siglo XIX, se puede aprovechar la circunstancia y ser capaces de demostrar que América Latina puede construir su futuro de modo soberano, siempre y cuando entendamos que ese “soberano” no quiere decir aislado.
Si aceptamos que nuestra raíz occidental es válida, que es indispensable y que nuestra propia historia contribuyó a la difusión del modelo democrático, aunque sólo fuese conceptualmente, entenderemos que hay ciertos paradigmas cuya validez debiéramos defender. Eso significa administrar bien una democracia que ha saltado desde la ciudadanía restrictiva a la universal, desde la representativa a la participativa, desde la multi o bipartidaria a la de nuevos protagonistas sociales que requieren de una nueva concepción de partidos, hasta el salto de la ilusión de un modelo ortodoxo a su enriquecimiento con modos, valores y prácticas prehispánicas integradas a la modernidad sin romper su esencia republicana. No se trata de desmontar un andamiaje apoyado en la declaración universal de los derechos humanos, texto al que contribuyeron de modo significativo nuestros países en 1948, se trata de profundizarlo y aplicarlo a las peculiaridades de América Latina, apostando siempre por la libertad, la justicia y la igualdad.
No se puede separar un concepto del otro y desarrollarlos de manera autónoma o, peor que eso, aplicar unos en detrimento de otros. Nos hemos descubierto diferentes y nos hemos descubierto más allá de Occidente, no en contra de Occidente, eso quiere decir que es posible incorporar nuestra tradición, nuestras instituciones y cosmovisiones prehispánicas como elementos añadidos, enriquecedores y complementarios sin que esto implique romper algunos ejes que siguen siendo universales.