EDITORIAL
La inescrutable crisis siria
La inescrutable crisis siria
Lo único que está fuera de toda duda es que sea cual fuere el desenlace de la crisis, de él depende el futuro de la paz en Siria y mucho más allá de sus fronteras
Confirmando que las páginas que estos días están escribiéndose en Siria y sus alrededores están destinadas a ser recordadas como las más confusas de los últimos tiempos, y que tal vez por eso mismo estarán entre las que más honda huella dejen en el futuro de esa región y por consiguiente del planeta entero, en la prensa internacional han abundado durante los últimos días las más diversas interpretaciones.
La confusión reinante suele ser alimentada desde muchas vertientes. Desde las elucubraciones que vanamente tratan de caracterizar las disputas alrededor del régimen encabezado por Bashar Al Asad enmarcándolas en alguno de los paradigmas políticos propios del siglo pasado, pasando por quienes creen más útil buscar las pistas en las discrepancias teológicas que separan desde hace quince siglos a las diferentes facciones del credo mahometano, hasta quienes lo reducen todo a las maquinaciones económicas incentivadas por el petróleo, las hipótesis y fórmulas explicativas abundan pero sin que alguna de ellas sirva para reducir a términos simples las causas de la matanza siria. Por el contrario, cuanto más esmero se pone en las simplificaciones, más evidente se hace la complejidad del asunto.
La confusión, como se ha visto durante las últimas semanas, no afecta sólo a analistas y observadores del fenómeno. Los debates en el Congreso estadounidense, en los más altos círculos políticos y diplomáticos europeos, las dificultades que encuentra la Organización de Naciones Unidas a la hora de asumir una posición sobre el conflicto, entre muchas otras, son muestras de lo insuficientes que resultaron las antiguas fórmulas de comprensión y acción sobre el nuevo escenario internacional.
En ese contexto, es el presidente de Estados Unidos, en su condición de conductor de la principal potencia mundial, sobre la que se vuelcan todas las miradas, quien lleva la parte más difícil del reto. Acusado por ser excesivamente débil y condescendiente por unos; visto como un simple continuador de la peor herencia intervencionista de sus antecesores, por otros, Barack Obama despliega sus mejores esfuerzos para afrontar la crisis causando la menor cantidad de daños posible. Y si bien su imagen resulta por ahora la más maltrecha tanto dentro como fuera de su país, lo cierto es que hasta ahora ha logrado despejar, ojalá que no sólo momentáneamente, la posibilidad de que Siria se convierta en el detonante de una conflagración bélica de magnitud y características imprevisibles.
Que la intervención externa no se haya producido, sin embargo, no significa que la crisis haya sido superada, ni mucho menos. Las masivas matanzas en Siria continúan y la violencia no deja de propagarse en todo el mundo islámico. Y si bien cualquier duda que hubiera habido sobre la existencia de un enorme arsenal de armas químicas en manos de Al Assad, también de sus opositores, ha sido despejada, ninguna de las causas que llevaron a la crisis hasta su punto actual ha sido desactivada.
De cualquier modo, lo único que está fuera de toda duda es que sea cual fuere el desenlace del episodio en curso, de él depende el futuro de la paz en Siria y mucho más allá de sus fronteras.
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