RESOLANA
¡Nos están robando!
¡Nos están robando!
Carmen Beatriz Ruiz.- Nos están robando… el tiempo. ¿Usted cree que cada año se pasa más rápido? ¿Siente que una vez que festejamos el 6 de Agosto, el año corre como gallina sin guato? ¿Le da flojera desarmar el árbol de navidad porque, apenas termina con ese afán, hay que armarlo de nuevo? ¿Le parece que le están engañando con la votación porque recién pasaron las elecciones y ya aparecen otras? ¿Le arrebata que los feriados de Carnaval se encaramen con los de fin de año y con la Semana Santa?
Si le sirve de consuelo, es una sensación común. Y no sólo la expresan los adultos, sino también los niños. Mucha gente piensa que el tiempo de nuestros días va acelerado. Los científicos dicen que, efectivamente, hay un aumento perceptible en la velocidad de la rotación de la tierra (sabe Dios qué querrá decir eso), lo cierto, sin embargo, en función a vivencias pedestres de mortales común, es que el mundo actual ofrece tantas y tan diversas actividades, exhibiciones y posibilidades de diversión y de consumo, que no hay tiempo ni cuerpo que aguanten.
No es solamente un ritmo comercial. También es un compás de la vida diaria. Los medios de información proponen a diario nuevas agendas noticiosas y probablemente queremos conocer todo sobre todo, aunque no lleguemos más que a los titulares, las rutas virtuales de Internet ofrecen una cantidad abismal de datos, comentarios, materiales, reseñas, nombres y un largo etcétera.
Tampoco es solamente un asunto de ofertas. La rapidez y la fugacidad están en los lenguajes audiovisuales tanto como en los de la palabra escrita. Pero sobre todo en los primeros. Fíjense en las películas. Los de la generación que creyó que Mary Poppins era el sumun de la diversión, han intentado ver la vieja película con hijos y nietos que la aguantaron, educadamente… cinco minutos. Las historias para niños del siglo XXI son aceleradas, colorinches, gritonas y movedizas, como casi todo el lenguaje audiovisual de hoy en día. La pobre Mary no tiene magia para ellos, sino toneladas de bostezos. No los critico, tampoco yo puedo embelesarme con películas antiguas en las que lo que nos parecía atrevido hace 30 años ahora es, simplemente, cursi.
También tiene que ver con actitudes. Ya no basta sólo acceder a una computadora. “Hay” que tener celular, cuenta en Facebook y Twitter, si no, como es común decir “no eres nadie, no existes”. Y estar conectado supone recibir y enviar mensajes sin pausa, toques permanentes anunciados con un ligero clic que no calla. Y todo eso es uso del tiempo y dispersión de la atención.
Por eso, la aceleración y el desborde cunden en el mundo, pero también hay corrientes de acción y pensamiento que invocan y promueven la lentitud. Algunos consejos son tomarse las cosas con mayor calma, darle tiempo al tiempo, inspirarse en el modo de vida de países orientales, darse la posibilidad de la reflexión, contemplar la naturaleza, ganar tiempo para maravillarse.
Siguiendo esos consejos, se descubre que releer novelas que nos fascinaron hace tiempo es un maravilloso ejercicio de desaceleración. Nos sorprende que los lenguajes escritos sigan convocando todos nuestros sentidos. Y la memoria no se resiente, sino que despierta alborozada. Claro, también tengo que decir que son consejos para la gente “no originaria” de la época cibernética, sino más bien advenediza y nómada. Pero con probar nada se pierde.
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