EDITORIAL
El gas, entre el pasado y el futuro
El gas, entre el pasado y el futuro
El tiempo de vivir de las inversiones gasíferas del pasado se está agotando y eso lo sabe bien Brasil, que se prepara para prescindir de nuestro gas
Aunque todavía son seis los años que nos separan del año 2019, que es cuando los gobiernos de Bolivia y Brasil tendrán que sentarse a la mesa de las negociaciones para suscribir un nuevo contrato de venta de gas, con creciente frecuencia e intensidad han comenzado ya a hacerse oír señales de alarma sobre lo difícil que se pinta el panorama para las expectativas de nuestro país.
Que así sea, se debe a muchas razones. La principal de ellas es que en los términos que rigen los negocios hidrocarburíferos seis años no son tanto tiempo como puede parecer a primera vista. Es que considerando lo lentos que son los procesos que llevan desde la exploración de potenciales fuentes nuevas de energía hasta que los hidrocarburos explotados lleguen a los consumidores finales, seis años no son más que el corto plazo.
El gobierno brasileño y las empresas involucradas en el negocio lo saben bien. No en vano, cuando de planificar el futuro se trata tienen la mirada puesta en las próximas dos décadas cuando menos y es en función a ese horizonte que están ahora tomando sus previsiones y decisiones. Y los empresarios que dependen del sumninistro de combustibles ven el asunto exactamente del mismo modo.
Esa manera previsora de actuar, entre muchos otros factores que están transformando radicalmente los parámetros clásicos en los que hasta hace poco se basaba el negocio hidrocarburífero, son los que explican que los términos en los que dentro de seis años deberá renovarse el contrato actualmente vigente ya sean en Brasil temas de actualidad.
Mientras eso ocurre al otro lado de la mesa de negociaciones que ya está siendo tendida, en nuestro país la actitud parece ser la diametralmente opuesta. Es decir, quienes tendrían que estar preparándose para encarar el desafío y salir en defensa de los intereses nacionales con las mejores posibilidades de éxito también piensan en términos de muchos años, pero con la mirada volcada hacia atrás, hacia un pasado del que al parecer no se pueden desprender. Y lo hacen nada menos que para desacreditar las políticas hidrocarburíferas de tiempos pasados que son, precisamente, las que hicieron posible la bonanza actual.
En efecto, a pesar de que ya son siete años los que han transcurrido desde la “nacionalización” de los hidrocarburos, todo lo hecho antes de esa fecha, y el impulso que dejó el proceso interrumpido el año 2006, sigue siendo lo único que sostiene al sector hidrocarburífero nacional. Desde entonces, nada se ha avanzado en lo que a la habilitación de nuevos campos se refiere; ningún resultado dan los afanes gubernamentales para volver a atraer las inversiones ahuyentadas hace seis años y tampoco se vislumba la voluntad que haría falta para rectificar errores y enmendar rumbos.
Todo eso, y la consiguiente posibilidad de que Bolivia llegue al 2019 sin poder satisfacer la demanda de Brasil, está poniendo nerviosos a gobernantes y empresarios de ese país incentivándolos a buscar con anticipación fuentes y proveedores alternativos. Ésta es razón más que suficiente para que las autoridades del sector energético nacional depongan el tono forzadamente optimista con que se refieren al tema y allanen más bien el camino que habrá que recorrer para revertir las desalentadoras tendencias que ya no se pueden dejar de ver.
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