EDITORIAL

Día Internacional de la Paz

Día Internacional de la Paz

Aunque todavía lejos de lo ideal, no es desdeñable que haya transcurrido un año más sin que se reproduzcan las grandes guerras, como las de épocas anteriores

Hoy, 21 de septiembre, en nuestro país compartiendo la atención con muchas otras celebraciones, como la del día de la primavera, de los estudiantes, del amor, de la juventud, entre otras que poco a poco han ido perdiendo su original valor por la frivolización a la que suele conducir la comercialización, se conmemora en todo el mundo el “Día Internacional de la Paz”.
Se lo hace así desde 1981, cuando la Asamblea General así lo dispuso de modo que la jornada sea dedicada a reforzar los ideales de paz en todas las naciones y pueblos del mundo. Y muy especialmente entre sus gobernantes, pues son ellos los que la tercera semana de septiembre de todos los años se reúnen alrededor de una mesa para debatir sobre la cuota de responsabilidad que a cada uno de ellos, y a todos como conjunto, les corresponde para preservar la paz en el mundo y hacer cuanto esté a su alcance para evitar las guerras.
A primera vista, y dada la recurrencia de conflictos bélicos que nunca dejan de ensangrentar a la humanidad, y considerando que es permanente el peligro y la posibilidad de que una nueva conflagración internacional se desencadene, puede parecer que es grande el contraste entre las buenas intenciones que motivaron a que este día sea dedicado a la causa de la paz y los malos resultados obtenidos.
No se puede perder de vista sin embargo, y sin negar lo indeseables que son los muchos hechos de violencia que se mantienen activos en todo el mundo, que algo bueno debe estar haciéndose en los escenarios diplomáticos, pues, aún lejos de lo ideal, resulta un bien nada desdeñable que haya transcurrido un año más sin que se hayan producido desbordes de violencia como los más atroces del siglo XX.
Que así sea no es casual, ni en lo negativo ni en lo positivo. Es que los factores que hacen de la sociedad humana un conglomerado proclive a la guerra no han dejado de existir, hoy como hace varios miles de años. Lo que sí ha cambiado es que ahora, a diferencia de décadas y siglos pasados, y precisamente, tal vez, gracias a tanta experiencia horrorosa acumulada, la humanidad no ceja en su afán de buscar mecanismos que permitan respetar las diferencias y alcanzar un estado de pacífica convivencia.
Por eso, si bien es cierto que es probable que el punto ideal no sea nunca alcanzado, es posible y necesario que la utopía de un mundo sin guerra siga siendo un punto de referencia en el horizonte. Y lo más importante, que los pueblos del mundo, y no sólo sus gobernantes, nunca renuncien a la esperanza de alcanzarlo.
Es en ese contexto que desde hace varios años se ha desarrollado una serie de actividades alrededor de la creación de una cultura por la paz, de las que la Organizaciones de Naciones Unidas y sus agencias, particularmente la Unesco, son responsables. En Bolivia, se destacan las actividades organizadas por la Fundación UNIR a través de las que se propone compartir visiones, experiencias, acciones tendientes a reforzar los principios, hábitos, valores y actitudes más adecuadas para que la cultura de la paz se consolide como el principal muro de contención a cualquier tentación de incurrir en la violencia.