Gesto de fe de Benedicto XVI

Gesto de fe de Benedicto XVI

Mons. Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M..- El evangelista Lucas capítulo 16,1-13 nos propone hoy una parábola, después de las tres que hemos escuchado el domingo anterior sobre la misericordia de Dios. El que Lucas insista sobre las enseñanzas de Jesús sobre las riquezas, sin duda, es porque considera el poder del dinero como uno de los mayores obstáculos para ser fieles discípulos de él. La gente escuchaba con admiración a Jesús, pero, en general, eran muy pocos los que daban el paso de la teoría a la vivencia de lo que escuchaban.
La insistencia de Jesús sobre el dinero en manera alguna debiera molestarnos. Así como a nadie molesta que en las carreteras se nos señale una curva y, a menos de un kilómetro, vuelvan a avisarnos lo mismo. Nadie protesta por las señalizaciones, al contrario. San Francisco de Asís advirtió reiteradamente el peligro de las cosas materiales, llegando a decir que el dinero es “estiércol”.
Los participantes en la Eucaristía –el domingo, los discípulos de Jesús deben celebrar la Eucaristía– escuchan como primera lectura al profeta Amos 8,4-7, quien en nombre de Dios recrimina los frecuentes abusos contra los derechos humanos que se cometían en el pueblo de Israel. Las trampas y la corrupción del pueblo de Israel no eran muy diferentes de las que hoy día vemos en el mundo entero. El profeta les avisa severamente: “El Señor no olvidará jamás sus acciones”.
Benedicto XVI nos ha dicho con motivo del Año de la Fe: “Se cree, creyendo” (Porta fidei 7). No hay duda alguna que los bienes materiales ponen a prueba nuestra fe. Las riquezas en sí no son malas, pero sí que pueden ser un obstáculo para crecer en la fe. El dicho “la ocasión hace al ladrón” es una gran realidad: cuando podemos aprovechamos de los bienes que están a nuestro alcance, sea en la familia, en la empresa, en los bienes de la Nación…
El Papa emérito, Benedicto XVI, nos señala para este Año de la Fe el estudio del Catecismo de la Iglesia dado al pueblo de Dios por el Beato Juan Pablo II; sería de gran provecho para formarnos con respecto al séptimo mandamiento y el respeto que debemos a los bienes ajenos; los números 2409 y 2449 nos explican las diferentes maneras actuales de “especulación”, “corrupción”, “fraude fiscal”…
No sólo debemos pensar en los bienes materiales, sino también en toda la riqueza espiritual que el Señor nos ha regalado. Por ello, Jesús nos enseña a ser fieles en las cosas materiales, porque si en eso somos de “fiar” también lo seremos en los bienes espirituales. La Biblia nos dice: “El justo vive de la fe” (Hbr 10,38). Por ello, el creyente sabe que tanto las cosas materiales como los bienes espirituales son un don del Señor. Las riquezas no son nuestras, sino que nos han sido encomendadas para que las administremos. Esto mismo se señala por Dios al inicio de la humanidad encomendando todo lo que había en el paraíso a la primera pareja de la humanidad.
Hace dos domingos, en el libro de la sabiduría se nos enseñó a diferenciar lo principal de lo secundario, a trabajar por lo que realmente es importante, por aquello que nos ayuda a alcanzar los bienes imperecederos. De acuerdo a la sensatez o sabiduría con que usemos los bienes materiales estamos manifestando nuestra fe. Usar los bienes y buscar los bienes de este mundo desde la fe nos convierte en testigos de Cristo en un mundo ansioso del poseer.
Este Año de la Fe nos está pidiendo a cada cristiano una reflexión no sólo sobre el contenido del Credo en el cual se profesan las principales verdades de la Fe cristiana, sino principalmente en todo aquello que hacemos en el quehacer diario. Se impone una reflexión profunda sobre el modo de vivir, para redescubrir la riqueza espiritual que cada cristiano ha recibido de Dios con los dones del Espíritu Santo.
Guiado por una profunda vida de fe, Benedicto XVI ha renunciado a ser Papa, como lo hacemos los obispos. Es un gran gesto de fe, pues él sabe que la Iglesia no es una institución que dependa del Papa, sino del que la instituyó, Jesucristo. Por esto, ante la incapacidad de llevar adelante una tarea que exige fuerzas físicas y salud, ha puesto el poder espiritual en manos del que está y estará siempre en la Iglesia. El poder de un Papa no es un simple poder temporal, es, sobre todo, un ministerio, un servicio. A Benedicto XVI le importó mucho más el bien de la Iglesia que conservar el poder, que tradicionalmente estábamos acostumbrados que el Papa conservara hasta el final de la vida.
Con su renuncia, Benedicto XVI nos ha dado a todos un ejemplo de fe y nos ha invitado así, a dar pasos en nuestra vida que nos hagan a todos simples administradores de los bienes tanto espirituales como materiales. Hace falta mucha fe en nosotros para llegar a acciones que nos muestren ante el mundo de los no creyentes como testigos de los valores escatológicos, o sea, de la vida eterna. Pues los bienes de este mundo no son los últimos, sino los penúltimos.