OBSERVATORIO

Los “motivos” de Francisco

Los “motivos” de Francisco

Demetrio Reynolds.- Al iniciar su periplo por el mundo, Francisco dirigió sus pasos hacia Sudamérica y en Brasil encontró el escenario adecuado para su actuación. Todo en él tiene el sello de una personalidad original. Se fue directamente a la línea de fuego. No podía ir a otra parte; no buscaba solazarse con la pleitesía de los fieles. ¿Por qué creen que decidió llamarse Francisco? Allí mismo, frente al gigante convulsionado, halló el momento preciso para su misión pastoral: “Paz hermano lobo”.
Lo esperaba un auditorio idealmente el mejor que podía darse: los jóvenes. “Hablar a la juventud –decía José Enrique Rodó–, sobre nobles y elevados motivos, cualesquiera que sean, es un género de oratoria sagrada”. Delicada y riesgosa misión, por lo mismo que representa un inmenso poder moral, religioso y espiritual. Aureolado de signos nuevos, lejos de inducirlos a la pasividad o a la resignación, les convocó a enfrentar con audacia los peligros. “Salgan; hagan lío”. Es una arenga de combatiente.
Mucha tinta corrió tras la visita del Papa, y aún debe haber quedado otro tanto en el tintero. No hay discrepancia en cuanto a los rasgos característicos de su perfil: carismático, sencillo, comunicativo, de palabra llana y persuasiva. También en cuanto a la agenda desarrollada con mensajes de gran impacto social: “Vayan sin miedo; vayan y hagan discípulos a los pueblos del mundo”. A la iglesia brasileña: “Acérquense a los pobres, a los que tienen sed de Dios”. Sin embargo, esa visión no es sino la brillante faz de las aguas en la superficie. Francisco tiene una misión más profunda y más trascendente.
Otro nombre no iría en consonancia con el ejemplo a seguir. Tal vez como Alonso Quijano, en algún momento pensó Jorge Bergoglio: “Francisco, nombre a la par sonoro y significativo de mis hazañas”. En el poema “Los motivos del lobo”, Rubén Darío pinta al varón de tosco sayal como a “mínimo y dulce Francisco”, quien, no obstante, renovó la espiritualidad cristiana del siglo XIII. Con la misma firmeza de él, Juan Pablo II contribuyó decisivamente al colapso del imperio comunista. Su sola elección como Papa causó pánico en el Kremlin. También la de Francisco ha movido el piso a varios caudillos en Latinoamérica.
Pese al tiempo, la lucha en esencia es la misma: entre creyentes y ateos, entre herejes y devotos, entre el espíritu y la materia. “Las ideas producen todo; no, de la economía salen las ideas…” Siguiendo el ejemplo de Castro, los populistas del ALBA quieren ser dictadores vitalicios, han intentado fundar una iglesia paralela, buscan el monopolio del poder total, declaran como sus enemigas a la iglesia católica y a la prensa independiente, pretenden reimplantar la ideología trasnochada que se desplomó con el muro de Berlín.
En ese escenario, Francisco tiene el desafío de probar su consistencia religiosa y moral como buen discípulo de Cristo y del “poberello” de Asís. Sin que nadie lo nombrara, al impulso de su propia personalidad, se constituye en líder espiritual del mundo católico, con la misión de reconstruir una iglesia pobre, sencilla y humilde: “porque dando se recibe, olvidando se encuentra, perdonando se es perdonado…”