El gran ausente del debate del aborto

El gran ausente del debate del aborto

Laura Klein.- Un abismo separa la experiencia de las mujeres que abortan de los debates en torno a su derecho o no a hacerlo. Los argumentos esgrimidos en uno u otro sentido permanecen ajenos a dos hechos incontrastables: 1) donde el aborto es ilegal, abortar es el crimen más masivo y el más impune, un crimen que nadie, ni siquiera los “Pro Vida”, se preocupa por erradicar ni castigar; 2) en los países donde el aborto es legal, las mujeres que el aborto mata son 100 veces menos que donde está prohibido; no mueren menos embriones sino menos mujeres. Y a la conclusión evidente que se desprende de ellos: criminalizar el aborto no protege al embrión ni desalienta a las mujeres que quieren abortar. Los debates “serios" sobre el aborto pasan por alto tamaña evidencia.
Tanto para legalizarlo como para prohibirlo, los argumentos buscan sus razones en la biología y en el discurso de los derechos humanos. Y en vez de discutir si la mujer embarazada tiene el derecho a decidir si tendrá un hijo o no es necesario contestar la pregunta acerca de si abortar es cometer un homicidio. Y aun antes, establecer cuándo comienza la vida y luego, si el embrión es una persona con derechos o no. Pero, quienes condenan el aborto saben que ni siquiera para ellos éste se equipara a un homicidio, que ni los códigos penales que lo prohíben sin excepción lo incluyen dentro de la figura de homicidio, que no es lo mismo escuchar a alguien decir: “yo aborté”, que decir: “yo maté a mi hijo de un año”. Por su parte, quienes defienden la legalidad del aborto esgrimen banderas tales como “elección libre”, “autonomía” y “control del propio cuerpo”. Como si no supieran que la mujer que aborta quedó embarazada contra su voluntad y ahora ni quiere abortar ni quiere tener un hijo.
Desconocer la experiencia de las mujeres que abortan –y lo que les ocurre a las demás mujeres y a los demás todos– da lugar a un curioso resultado: lo que antes eran discursos irreconciliables hoy comparten un mismo ideal: la defensa de la vida; un mismo discurso: el de los derechos humanos, y una misma fuente de legitimidad: la ciencia.
Nada de ello les ha aliviado la tarea. Por un lado, el espíritu de la ciencia se burla de los idólatras proporcionando argumentos que permiten demostrar con el mismo rigor tanto que el embrión es un ser humano pleno como lo contrario. Por el otro, el discurso de los derechos humanos no es menos escurridizo. En él se enfrentan el derecho a la vida (del feto) versus los derechos a la libertad y a la vida (de la mujer). Las figuras usadas en este debate muestran una mujer y un embrión con intereses enfrentados y contradictorios entre sí, una ajenidad absoluta entre la mujer y su embrión, como si ese hipotético ser humano hubiera podido serlo antes de que una mujer lo hubiera parido como hijo. Para ello debe desconocer que una mujer embarazada no es una mujer + un óvulo fecundado y que el vientre no es un lugar. El papel fundamental del embarazo es puesto en evidencia por el hecho de que aunque presenten exactamente las mismas características biológicas que los implantados en el útero de una mujer, para la ley los embriones de probeta no son personas por nacer, no tienen derechos condicionales y no son abortables porque no hay embarazo alguno que los comprometa.
Es importante tomar nota de este contraste. Las leyes, aun cuando penalicen a las mujeres que abortan, parecen estar en algunos aspectos más cerca de la experiencia que muchas de las dimensiones del debate focalizado en los derechos humanos y la ciencia. Es tiempo de que el debate parta de reconocer que el poder es doloroso y que hay poderes no legítimos y derechos impotentes. No es posible hablar del derecho de las mujeres a abortar como si estuviésemos exentas del poder de hacerlo. Porque las mujeres no tenemos el derecho a abortar pero tenemos el poder, y tenemos este poder porque tenemos el poder de dar vida, de gestar, de quedar embarazadas.