OJO DE VIDRIO
Poder y Comer
Poder y Comer
Ramón Rocha Monroy.- Los japoneses aumentaron diez centímetros de promedio en estatura cuando incorporaron la carne roja a su dieta; pero en los círculos de privilegio, comer carne estará reservado a los maridos que asisten a suculentas parrilladas, pero no a las mujeres, que deben mantener la figura en el fitness, el spinning, el jogging y el consumo de alimentos diet. ¿Cómo resolver esta aparente contradicción de género? Los spots televisivos nos muestran métodos de depilación que no suelen registrar las dolorosas maniobras de las mujeres jóvenes cuando eliminan los vellos de su cuerpo para exhibirse ante hombres y mujeres. ¿Por qué lo hacen? Una zona donde se ensañan como nunca antes es el pubis, tal como se puede comprobar en los videos europeos o japoneses xxx, en los cuales las mujeres conservan incluso el vello de los sobacos y, cómo no, el del pubis, no así en los que llegan de los Estados Unidos y sus zonas vastas de influencia, en los cuales es frecuente la eliminación radical de todos los vellos del cuerpo, incluso parcialmente los del rostro.
Nadie lo dijo mejor que el antropólogo norteamericano Marvin Harris: “La capacidad de los grupos privilegiados para mantener altos niveles de nutrición sin compartir su ventaja con el resto de la sociedad equivale a la capacidad para mantener a raya a los súbditos en el ejercicio del poder político”. Lo escribió en su legendario libro (de 1985, publicado en español en 1989) “Bueno para comer”. Hay una relación directa entre el poder político, la nutrición y la exclusión por el precio. Comprar, por ejemplo, un buen queso de cabra, un jamón serrano, un vino de altura de los mejores sale muy caro y no está a la altura del común, porque los ciudadanos de a pie deben conformarse con ser excluidos del poder político pero también de la nutrición sana.
Un cruceño de posición se zampa sin dolor 500 gramos de bife chorizo, mejor si de carne argentina, que le cuesta entre 100 y 200 pesos, y apenas consume guarniciones, cuando más un poco de pan y otro de ensaladas escogidas; en cambio, un ciudadano de los nuestros apenas consume carne roja porque le llenan el plato con carbohidratos, que le darán energía pero no una nutrición apropiada. Si uno se limita, por ejemplo, a consumir las presas del lambreado de conejo, el plato no habrá disminuido de volumen porque tiene una cama contundente de carbohidratos. Las buenas pensiones hacen eso: mucha ensalada, montones de carbohidratos y brevedad a veces excesiva en carnes, aunque vengan preparadas con salsas deliciosas.
Una solución posible debería ser la construcción de comedores populares que se entreguen en cooperativa a los estudiantes de gastronomía, que hoy tienen incluso una Licenciatura en una prestigiosa universidad y hacen maravillas con ingredientes originarios. Esos comedores deberían tener obligatoriamente un nutricionista, mejor si mujer, que te oriente lo que vas a comer según tu índice de masa corporal; y aun más: la lista de platos, ahora que se hace banners vistosos, debería incluir el número de calorías que ingieres. Esto sería una distinción afortunada entre comer mucho y nutrirse bien.
Las dietas que practican especialmente las mujeres son caras, porque alimentarse con fibra, frutas, yogures y cocciones sin gracia ni sabor no está al alcance de cualquier bolsillo. No sé qué pasa con los jóvenes de las culturas urbanas, que prefieren la comida sin sabor, pues una salsa de sabor intenso es criolla y les revienta. Si les consultas, preferirán un wrap, una ensalada césar o un yogur natural aunque cuesten bastante más que un plato de papa y fideo.
Estas incongruencias podrían ser corregidas por los alumnos de gastronomía en comedores populares entregados a su administración.
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