La orgía de los disolutos

La orgía de los disolutos

Mons. Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M..- Domingo tras domingo, en la escuela del Maestro, Cristo Jesús, con sus enseñanzas alimenta nuestra fe y va mostrándonos el camino seguro por ser discípulos y nos señala como tomar medidas radicales que nos exigen opciones personales. Esto es algo que no gusta a muchos. La gran mayoría cristiana busca un cristianismo acomodado a sus gustos, un cristianismo a la “carta”, un cristianismo ligh.
Hoy, el evangelio de Lucas 16,19-31, junto a las otras dos lecturas, nos indican a situarnos bien en la vida y usar bien las riquezas, a buscar la justa relación entre los medios y el fin, a usar con sabiduría los bienes materiales, para llegar a alcanzar los bienes imperecederos, la vida eterna, a no distraernos en demasía por todo lo que es secundario. ¡Cuántos cachivaches nos atan!
Este domingo como el anterior la primera lectura está tomada del profeta Amós que sigue reflexionando fuertemente a los ricos, todos aquellos hijos del pueblo de Israel que no llegan a percibir lo que es la solidaridad, la justicia. Su actuar está en contradicción con la fe que profesan en el Dios, Padre de todos. A esa forma lujosa de vivir llamó con dureza: “la orgia de los disolutos”. Les echa en cara que no tengan en cuenta a los que sufren las consecuencias de la pobreza. Pero mucho cuidado, esta llamada de atención del profeta vale para todos, los pobres pueden ser solidarios también desde su pobreza.
El ejemplo o parábola de Jesús nos invita no tanto a reflexionar en el infierno, sino en el uso debido, correcto e inteligente de los bienes materiales o riquezas. Es el mismo tema del domingo pasado aunque con matices diferentes, las riquezas son medios no fines, las riquezas pueden deshumanizarnos. Tener fe no es solo rezar, participar en la misa dominical, es también practicar la justicia, emplear bien las riquezas o bienes. Será necesario para el cristiano una revisión de vida al respecto si es que pretende seguir llamándose cristiano.
“Al final del hacer será el reír” dice un adagio. Eso es lo que Jesús da al final de la parábola. Las situaciones que se van a dar al pasar de este mundo al otro serán distintas pues los que están llenos de si mismos y no han sido solidarios con las necesidades de los demás tendrán un fracaso rotundo. El rico que vivió feliz, que comía y bebía opíparamente es condenado al fuego eterno. El pobre Lázaro del cual nadie se preocupó, que no tenía ni para comer, es ahora feliz, llega a la felicidad plena. Lo más curioso entre ambos está ahora “un abismo inmenso”.
A través de esta parábola Jesús quiere enseñar a sus discípulos como a todos sus oyentes, la necesidad de poner la confianza no en los bienes pasajeros o efímeros, sino en los valores eternos, pues cuando llegue la hora de presentarnos ante Dios lo que nos servirá serán las obras de amor, imitando la ternura de Dios que nos lo dio todo. Esta enseñanza nos vale hoy a nosotros como sirvió en aquel entonces.
Los mismos defectos del rico Epulón puede darse en cualquiera de nosotros aunque no banqueteemos diariamente. Son pocos los cristianos que han llegado a tomar conciencia de que todo lo que poseemos, bienes económicos, religiosos o culturales deben estar al servicio de la comunidad humana o eclesial. No ha llegado a encarnarse en cada creyente que estamos llamados a ser discípulos misioneros. No nos damos tiempo para formarnos en la fe como también para ayudar a que otros se formen. Los bienes que poseemos, poco o mucho, nos hacen descuidar la mirada en nuestro alrededor.
Cada vez más, lamentablemente, so pretexto de más participación en el acto penitencial de nuestra eucaristía se suple la oración hermosísima del “Yo confieso” por cualquier canto. Considero necesario revalorizar esta oración en la que nos acusamos de los pecados de omisión. Los pecados de omisión son frecuentes y abundantes en todos. Es el pecado de falta de solidaridad lo que ha conducido al rico Epulón al fuego del infierno. No quiso enterarse de que a sus puertas había un pobre enfermo y hambriento, hermano suyo, por ser todos hijos del Padre Dios.
La parábola es una invitación fuerte a saber compartir todo lo que poseemos. Esto lo tenemos que hacer pobres y ricos. Siempre tendremos a nuestro lado a personas necesitadas de comida, de cultura, de afecto, de fe… Por ello, es necesario que en este Año de la Fe, como nos pidió Benedicto XVI, redescubramos a Cristo presente en los hermanos, especialmente en los más desposeídos. Hay que reflexionar en las palabras de Cristo, “a los pobres siempre los tendrán entre ustedes”. También esto “lo que hicieron a cada uno de los necesitados a mí me lo hicieron”. El juicio de Dios no versará solamente sobre el mal que hayamos hecho, sino sobre todo, del bien que pudiendo no hicimos. ¡Cuántas cosas buenas podemos hacer cada día!