No te avergüences

No te avergüences

Mons. Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M..- El año pasado, en el mes de octubre, el venerado y siempre admirado, ahora Papa emérito, Benedicto XVI, convocó al Año de la Fe, año de gracia para renovar nuestros motivos para vivir como discípulos de Jesucristo en un mundo hedonista, secularista y relativista. Es un “tiempo de gracia” como él mismo dijo. Y es que los tiempos que estamos viviendo ameritan una reflexión profunda sobre la virtud de la fe que pareciera no motivar lo suficiente a nuestro vivir diario.
Las tres lecturas de este domingo 27 del tiempo ordinario nos instan a revisar nuestra fe. Nos hablan también sobre otras virtudes como ser la paciencia, la humildad, la confianza en Dios y la sencillez. Virtudes que sólo se pueden practicar cuando se tiene fe. “El justo vivirá por su fe”, nos dice el profeta Habacuc en la primera lectura.
El profeta Habacuc lo vemos en el atrevimiento de protestar ante Dios por ese mundo de guerras, catástrofes y un sinnúmero de desgracias. Le parecía que Dios permanecía pasivo ante tantos problemas. Es la misma pregunta que hoy escuchamos en tantos lugares ¿por qué permite Dios tantos males? El problema del mal en el mundo siempre será un misterio para la limitada inteligencia humana. A primera vista vemos que Dios se muestra como ausente. ¿Dónde está ese Dios que ha estado a favor de los débiles? Parece desconcertante la respuesta que da el profeta: “La visión espera su momento, si tarda, espera, porque ha de llegar”. El profeta no entiende el actuar de Dios. Le pide paciencia, confianza y sobre todo fe: “El justo vive de la fe”.
Dios nos llama a trabajar contra el mal que hay en el mundo. El creyente tiene que respetar los ritmos y planes de Dios, la libertad de buenos y malos aunque no los entienda totalmente. El mal no procede de Dios, tampoco la muerte viene de Dios. El hombre ha engendrado y sigue engendrando el mal en el mundo. No por la fuerza y la violencia, sino con el esfuerzo y el trabajo vamos a vencer el mal.
El pasaje del evangelio Lucas 17,5-10 nos puede resultar desconcertante. Pareciera que Jesús defendiera la actitud tan déspota del patrón con aquellos obreros. Dice que el empleado cuando vuelve del campo, causado del trabajo realizado debe prepararle y servirle la cena. Cristo en este pasaje no está defendiendo las buenas relaciones laborales, menos aún alabando al dueño que explota al empleado. Lo que quiere enseñarnos es cómo comportarnos ante Dios. Está inculcando la sencillez y humildad que debe siempre acompañarnos en todo lo que hacemos. No debemos ser como los fariseos que reclaman el premio de Dios, sino humildes: “Somos unos siervos inútiles, hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Para llegar a expresarnos de esta forma necesitamos mucha fe.
Hay como una tendencia natural en todos para reclamar a Dios por todo lo bueno que hemos hecho. Cristo corrige estas actitudes de los fariseos y también de nosotros. No habría verdadero amor si los padres de familia, amigos… reclamasen lo que han hecho. Los discípulos de Jesús debemos hacer las cosas por amor diciendo: “Hemos hecho lo que teníamos que hacer”. Solamente podemos actuar de esta forma desde la fe: el hacer el bien es la satisfacción para el creyente.
Examinando nuestras actitudes ante Dios y ante los hermanos cada quién podrá constatar que le falta mucha fe. Estamos lejos de imitar al padre de los creyentes, Abraham, a la Virgen María, que aceptaron el plan de Dios en sus vidas. Hoy, los apóstoles nos enseñan a pedir el don de la fe. Después de oír al Maestro que los recriminó “hombres de poca fe” ¿por qué dudan? Con humildad supieron decir: “¡Señor, auméntanos de fe!”
Desde el 2007 venimos escuchando la palabra de nuestros pastores que nos convocan a ser “discípulos misioneros”. Es, sin duda alguna, la falta de fe lo que nos retiene para ser testigos valientes del evangelio. Sin fe nos avergonzamos de ser cristianos, nos entra el miedo de testimoniar nuestras creencias ante los demás. Esta es la recomendación de Pablo a su discípulo Timoteo: “No te avergüences de dar testimonio de nuestro Señor”.
Una de las metas del Año de la Fe es conocer mucho más el contenido de nuestra fe, leer más la Palabra de Dios, estudiar el Catecismo de la Iglesia Católica… No hay duda que si llevamos en la mente y en el corazón la Palabra de Dios, si llega a penetrar en toda nuestra vida lo que es ser cristiano, o sea, discípulo de Cristo, nuestra vida se sentirá más fortalecida. La fe nos da un mayor conocimiento de la voluntad de Dios a la cual nos someteremos con alegría. El Papa emérito Benedicto XVI nos dice: “Se cree, creyendo”. Por ello, hay que vivir la fe en la práctica de la oración, en el cumplimiento de los mandamientos y en la recepción de los sacramentos, especialmente en el de la Eucaristía.