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La victoria pírrica de Angela Merkel
La victoria pírrica de Angela Merkel
George Soros.- En lo que concierne a Alemania, el drama de la crisis del euro es asunto terminado. Apenas fue tema de discusión durante la reciente campaña electoral. La canciller Angela Merkel hizo lo que había que hacer para asegurar la supervivencia del euro, y lo hizo al menor costo posible para Alemania, hazaña que le valió el apoyo de los alemanes proeuropeístas y de aquellos que confían en que ella proteja los intereses alemanes. Como era previsible, obtuvo una victoria resonante para la reelección.
Pero ha sido una victoria pírrica. La situación actual de la eurozona no es ni tolerable ni estable. Es lo que los economistas ortodoxos llamarían un equilibrio inferior. Por mi parte, prefiero llamarlo una pesadilla. Una pesadilla que está provocando una tremenda cuota de sufrimiento y que se podría evitar fácilmente con sólo exponer los errores conceptuales y los tabúes en los que se sostiene. Pero el problema es que el sufrimiento es para los países deudores, mientras que los errores conceptuales y los tabúes son de los acreedores.
Por ejemplo, tomemos el caso de los eurobonos. Es un concepto que para Merkel es tabú, pero sin embargo, sería la solución obvia para la causa raíz de la crisis del euro: el hecho de que la adopción de una moneda común expuso a los países miembros al riesgo de impago sobre sus deudas.
Normalmente, los países desarrollados nunca caen en cesación de pagos, ya que para evitarlo les basta emitir moneda. Pero cuando los países miembros de la eurozona cedieron esa atribución a un banco central independiente, se colocaron en la misma posición que cualquier país en desarrollo que pide prestado en divisa extranjera. Hasta que estalló la crisis, ni las autoridades ni los mercados se dieron cuenta de ese problema, lo que da testimonio de la falibilidad de unos y otros.
Al momento de la introducción del euro, las autoridades declararon que los títulos de deuda pública de los países miembros eran totalmente seguros. Los bancos comerciales podían invertir en ellos sin necesidad de apartar reservas de capital, y en la ventana de descuento del Banco Central Europeo (BCE) se los aceptaba sin hacer distinciones entre ellos. Esto creó para los bancos comerciales un incentivo perverso a comprar títulos de deuda de los países más débiles para ganar lo que a la larga no fueron más que algunos puntos básicos, conforme los diferenciales de tipo de interés fueron convergiendo casi hasta cero.
Pero la convergencia de los tipos de interés provocó divergencia económica. Mientras los países más débiles experimentaban auges en el mercado inmobiliario, el consumo y la inversión, Alemania, atada al lastre del costo fiscal de la reunificación, tuvo que adoptar medidas de austeridad e implementar reformas estructurales. Ese fue el origen de la crisis del euro, pero en aquel momento nadie lo advirtió (y todavía hoy, es algo que no se termina de comprender bien).
Convertir toda la deuda pública pendiente (con excepción de la de Grecia) en eurobonos sería, con diferencia, la mejor solución. No demandaría pagos de transferencias, ya que cada país seguiría siendo responsable de honrar sus deudas, y sometería a los países deudores a una disciplina de mercado más estricta que la de hoy, porque solamente podrían emitir eurobonos para refinanciar vencimientos de títulos anteriores: para tomar más préstamos, deberían hacerlo en su propio nombre, y los mercados castigarían el exceso de endeudamiento con tasas más altas.
Pero los eurobonos reducirían considerablemente el costo de financiación de los países endeudados y contribuirían en gran medida a volver a crear condiciones parejas en la eurozona. La calificación crediticia de Alemania no correría peligro, porque los eurobonos seguirían siendo mejores que los bonos emitidos por otros países importantes.
La emisión de eurobonos no resolvería las disparidades en materia de competitividad (los países de la eurozona aún tendrían que emprender sus propias reformas estructurales), pero sí remediaría el principal error de diseño del euro. Cualquier otra alternativa es inferior, ya que o bien implica transferencias, o bien perpetúa las disparidades entre los miembros de la eurozona, o ambas cosas. Y sin embargo, debido a la oposición de Merkel, no se puede ni hablar de eurobonos.
Grecia es también víctima de los errores conceptuales y los tabúes de sus acreedores. Todos saben que su deuda es impagable, y la mayor parte de esa deuda la tiene con organismos oficiales: el BCE, otros países de la eurozona o el Fondo Monetario Internacional (FMI). Ahora, tras arduos esfuerzos, por fin Grecia está cerca de anunciar un superávit primario. Si Grecia obtuviera de sus acreedores oficiales una condonación de deuda, con la condición de cumplir los requisitos impuestos por la troika (el BCE, la Comisión Europea y el FMI), los capitales privados volverían a fluir y la economía griega podría recuperarse en poco tiempo.
Puedo decir por experiencia propia que tan pronto como Grecia se librara del peso de la deuda, los inversores acudirían en tropel a invertir en ella. Pero los organismos oficiales no pueden cancelar la deuda de Grecia, porque eso supondría violar varios tabúes, especialmente en el caso del BCE.
Sería bueno que Alemania recuerde que ella misma fue beneficiada con cancelaciones de deuda tres veces a lo largo de su historia. La primera, con el plan Dawes de 1924, por el que se escalonaron los pagos de las reparaciones de guerra que Alemania debía por la Primera Guerra Mundial. La segunda, el plan Young de 1929, que redujo esa misma deuda y extendió generosamente el plazo de pago. Y después de la Segunda Guerra Mundial, el plan Marshall, por el que Alemania también obtuvo cancelación de deudas.
Es evidente que la insistencia de los franceses en que Alemania pagara onerosas indemnizaciones después de la Primera Guerra Mundial preparó el terreno para el ascenso de Hitler. En Grecia se está dando un fenómeno similar con el surgimiento del partido neofascista Amanecer Dorado.
Estos dos ejemplos bastan para justificar mi descripción de la crisis del euro como pesadilla.
El autor es presidente de Soros Fund Management y de Open Society Foundations.
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