OJO DE VIDRIO
Gregorio Iriarte OMI
Gregorio Iriarte OMI
Ramón Rocha Monroy.- En un pestañeo pasa la misa de cabo de año y pocos se dan cuenta de tu ausencia. Gregorio Iriarte OMI tenía que morir en el aniversario de la democracia, pues pocos como él contribuyeron a destruir la dictadura y sembrar el espíritu de tolerancia. Como decía el inolvidable Ronald Martínez, Un día cualquiera despertamos / hablando con Dios del universo / y en esa exacta pureza de palabras, / nos damos cuenta que hemos muerto.
El sentido común dice que nadie muere en la víspera, pero Bolivia es el país donde se muere en la víspera. Gregorio se quejaba de que a sus mejores amigos los hubieran matado: a Federico Escóbar, a Mauricio Lefevbre, a Luis Espinal, a Marcelo Quiroga Santa Cruz… Murieron todos jóvenes mientras sus victimadores gozan de jubilación y de buena salud.
Curioso cura Gregorio que no solía hablar de Dios, pero su vida era un apostolado. Nadie más contrario a sus ideas que el dirigente comunista de Siglo XX Federico Escóbar Zapata; sin embargo, en el golpe de René Barrientos, que se ensañó con los mineros, había que preparar el escape del dirigente, y Gregorio lo llevó en un jeep con documentación falsa de comerciante de Llallagua, un amigo más. El comunista decía: “Recemos tres Aves Marías porque la misión es difícil”, recordaba riendo Gregorio, y luego el diálogo continuó así: “Tienes miedo, por eso quieres rezar”. Me respondió: “El miedo crea a los dioses, sostenemos los marxistas” (risas). Y agregó: “Bueno, puede ser que yo quiera rezar ahora por miedo, pero le aseguro que rezo todas las noches sin miedo”. (risas). Un día se fracturó el brazo, le pusieron anestesia en La Paz y murió con poco más de 30 años.
A otro que recordaba Gregorio era a Mauricio Lefevbre Beaudry, misionero oblato de nacionalidad canadiense, fundador de la primera Facultad de Sociología del país en la UMSA. El día del golpe de Banzer, la Cruz Roja le pidió ayuda para recoger heridos y él conducía su camioneta con una enorme bandera neutral y acompañado de una enfermera y un médico, pero los militares no respetaron la bandera de la Cruz Roja. Dispararon contra la movilidad más de 15 veces. “Una bala rompió la muñeca izquierda de Mauricio y le llegó al estómago. Él logró frenar la movilidad y abrir la puerta, para caer sobre la calzada. Allí estuvo dos horas, vivo, desangrándose. Cuando intentaron auxiliarlo, ya había muerto”, contaba Gregorio.
Luis Espinal era humilde, casi tímido, según lo recordaba. Tenía facilidad para escribir, pero era retraído. Luis y Gregorio iban juntos al cine y eran muy amigos. Una fotografía tomada por Alfonso Gumucio Dagron muestra tres rostros entre la multitud de una concentración: son Luis Espinal, Gregorio Iriarte y Xavier Albó. De ellos, solo sobrevive el último, y ojalá que por muchos años.
Hay gente entre las nuevas generaciones que no tiene conciencia de cuántas muertes costó la democracia. Hay gente que se queja de todo, como si viviéramos en la peor de las dictaduras. Hay gente que honra la memoria de Marcelo, en un acto de justicia, pero olvida a los ocho jóvenes dirigentes asesinados en la calle Harrington, que eran prácticamente la única organización clandestina contra la dictadura de García Meza. En fin, hay gente que piensa que la democracia se generó en el país por generación espontánea, o que nació de gajo. ¡Claro que no! Costó sangre, luto, dolor y lágrimas.
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