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Las mentes cautivas de la Reserva Federal
Las mentes cautivas de la Reserva Federal
Luigi Zingales.- Antes de que el cierre de la administración de EE.UU. acaparara toda la atención de la política estadounidense, el centro de todas las especulaciones era a quién seleccionaría el Presidente Barack Obama como nuevo Presidente de la Reserva Federal. De hecho, la elección de la Vicepresidente Janet L. Yellen como sucesora de Ben Bernanke destaca un punto importante: el que solía ser un cargo técnico de interés solamente para economistas estudiosos, ahora se ha convertido en una causa importante de tensión política que no sólo ha dividido a republicanos y demócratas (no se necesita mucho para hacerlo), sino que incluso ha provocado fracturas dentro del Partido Demócrata.
Es interesante que el punto de conflicto no haya sido la postura de los candidatos sobre la inflación, sino sus posiciones sobre la regulación de los bancos. ¿Por qué se ha vuelto tan políticamente importante el puesto de Presidente de la Reserva? ¿Y por qué es la regulación bancaria un tema más importante que la inflación para los senadores estadounidenses (que deben confirmar el nombramiento de Obama)?
Estos cambios no son más que una consecuencia de la crisis financiera de 2008 y las políticas que Bernanke adoptó para enfrentarla. En su intento por salvar del colapso al sistema financiero (y, más adelante, tratar de impulsar la recuperación económica), la Fed ha impulsado políticas muy activas: tasas de interés cercanas a cero, programas masivos de compras de activos, remuneración de las reservas de los bancos, y así siguiendo. Si bien en parte han logrado estimular la economía, estas políticas han tenido grandes efectos redistributivos: desde los pequeños ahorristas hacia los bancos, desde los propietarios de viviendas ahogados por las deudas hacia los inversionistas ricos, desde los jubilados hacia los financistas.
Estos efectos redistributivos están obligando a los economistas a reevaluar qué es una gobernanza óptima de un banco central, que desde fines de los años 70 y comienzos de los 80 se ha basado en un potente dogma como respuesta a los altos índices de inflación de esos años: los bancos centrales deben ser independientes del sistema político.
En aquellos días, la eliminación del sistema de Bretton Woods de tipos de cambio fijos había dejado a los bancos centrales expuestos a presiones en favor de políticas más expansionistas e incluso el financiamiento monetario de los déficits fiscales. El ejemplo más famoso de esa interferencia indebida fue la presión del Presidente Richard Nixon sobre el Presidente de la Fed Arthur Burns para relajar las condiciones del crédito durante su campaña presidencial de 1972.
A la larga, esas presiones acabaron por perjudicar la credibilidad de los mismos políticos que las ejercían. Por esta razón, los bancos centrales cambiaron sus estatutos para garantizar una mayor independencia del gobierno. El marco de gobernanza del Banco Central Europeo es un ejemplo perfecto.
Sin embargo, la independencia política puede dar pábulo a una completa falta de rendición de cuentas en lo político. Y así fue. Liberados de las presiones políticas, los bancos centrales cayeron en un solipsismo intelectual, debido a una inclinación natural a satisfacer a quienes se les asemejan: banqueros y economistas académicos cuyos estudios giran en torno a la banca. Cuando la tarea de la Fed era, como lo expresara famosamente su ex Presidente William McChesney, “llevarse la ponchera” en cuanto los salarios comenzaran a elevarse más rápido que la productividad, el solipsismo intelectual no resultaba preocupante: los banqueros centrales no pasaban mucho tiempo debatiendo con trabajadores ni dirigentes sindicales.
Sin embargo, a fines del siglo veinte el trabajo de los encargados de los bancos centrales comenzó a cambiar. La fuerte competencia de China mantuvo a raya los salarios y precios al consumidor. Así, la principal razón para “llevarse la ponchera” ya no era una potencial inflación, sino una de los precios de los activos. No obstante, en este ámbito el problema del solipsismo intelectual es mucho más grave.
En 1996, el entonces Presidente de la Fed Allan Greenspan planteó la posibilidad de que los inversionistas estuviesen padeciendo de “exuberancia irracional”: recibió tantas críticas que nunca se atrevió a decir nada semejante nuevamente, incluso en medio de la burbuja de Internet. Es difícil que los bancos centrales no se enteren de que el alza de los precios de los activos beneficia enormemente al sector privado. Incluso cuando, como en el caso de Bernanke, la presidencia de la Fed no procede de ese mundo, su formación intelectual es la misma que la de los banqueros (así como las conferencias a las que asisten.)
Como si el solipsismo intelectual no fuera suficiente, el problema se ve agravado por la anticuada forma de gobernanza de los 12 Bancos de Reserva Federal de EE.UU. Sus presidentes son escogidos por una junta que representa a la comunidad empresarial local, en particular la bancaria. La junta de la Fed de Nueva York parece una guía de quién es quién del mundo bancario. ¿Cómo podemos esperar que sean independientes de los bancos si han vivido, comido, respirado la perspectiva bancaria durante todas sus carreras?
Ahora que Obama ha nombrado a Yellen, debería volver a ponerse atención en este tema. La presión política es el único antídoto conocido a la presión de los bancos. Demasiada presión de uno u otro tipo llevará a la Fed en la dirección equivocada. Pero ahora es necesario algo de reequilibrio, tras tres décadas en que la independencia política ha expuesto a los bancos centrales a un exceso de solipsismo intelectual.
Traducido del inglés por David Meléndez Tormen
Luigi Zingales es profesor de Emprendimiento y Finanzas en la Escuela Booth de Negocios de la Universidad de Chicago.
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