EDITORIAL

¿Nueva historia?

¿Nueva historia?

La movilización alteña es un proceso social que, como tal, trasciende ampliamente a quienes participaron, adhirieron o siguieron

Sin necesidad aparente, el discurso pronunciado por el Presidente del Estado en El Alto en conmemoración del 10º aniversario de la movilización que culminó con el derrocamiento de Gonzalo Sánchez de Lozada ha estado plagado de inexactitudes dirigidas a relatar lo que no fue y a mantener o encontrar más enemigos.
El Presidente pudo darse cuenta de que los actores más visibles del 17 de octubre de 2003, y de las movilizaciones previas que se extendieron por más de un mes, no estaban a su alrededor, y, para peor, la mayoría de ellos fueron atacados sin pudor. Negar la acción decisiva de dirigentes campesinos como Felipe Quispe o Rufo Calle; sindicales como Jaime Solares; vecinales como Edgar Patana; políticos, como Juan del Granado; de derechos humanos como Waldo Albarracín –más allá de simpatías o antipatías circunstanciales– es negar los hechos concretos.
Olvidar que buena parte del MAS y sus dirigentes estaban concentrados en Cochabamba a la espera de la voz de su jefe que se encontraba de retorno de una importante cita internacional, es también negar la historia, como afirmar que un comando especial de militares estadounidenses dirigía las operaciones militares en la ciudad (incluso en esos aciagos días el entonces mayor David Vargas lanzó la mentirosa denuncia de que militares chilenos organizaban esa represión desde un hotel de la ciudad de La Paz).
Esa actitud parece no comprender que la movilización alteña es un proceso social que, como tal, trasciende ampliamente a quienes participaron, adhirieron o siguieron, constatación que de ninguna manera niega los méritos que tuvieron los jefes y dirigentes del MAS que luego de un proceso de acumulación política llegaron al poder democráticamente en 2006.
Es por eso que resulta incomprensible la actitud mencionada que, por lo demás, es fácilmente rebatible. De ahí que la única explicación plausible es que se trata de un relato dirigido a crear un culto a la personalidad que ayude a aplicar un modelo de gestión. En este sentido, es pertinente recordar los últimos años de la gestión kirchnerista en Argentina, lapso en el que se quiso hacer aparecer al matrimonio Kirchner Fernández como una pareja de jóvenes resistentes a la dictadura cuando todo señala que en ese negro período ejercieron sus respectivas profesiones. O en Venezuela, con la enfermiza obsesión del fallecido mandatario Hugo Chávez por aproximarse a la figura de Simón Bolívar, por citar los ejemplos más contundentes de esta tendencia a querer cambiar la historia, incluso la más cercana.
Por lo demás, no tendría sentido comprender esta actitud si no fuera que lo único que se consigue con ella es desunir a la ciudadanía en circunstancias en que es importante, más bien, encontrar caminos de reencuentro que permitan afrontar los complejos escenarios del inmediato futuro, en lo que se encuentran importantes compromisos internacionales, como es el contencioso presentado en La Haya, o los síntomas de que la bonanza económica estaría llegando a su fin.
Insistir, en consecuencia, en seguir enemistándonos dentro y fuerza del país es, pues, irresponsable y un peligroso recurso político del que ojalá no se den cuenta en forma tardía.