El juez injusto
El juez injusto
Mons. Jesús Pérez Rodríguez, O.F.M..- El domingo pasado, la Palabra de Dios, Jesús en el evangelio, nos invitaba a dar gracias, a ser agradecidos. Hoy, a través de la parábola de la viuda insistente ante un juez injusto, nos enseña a perseverar en la oración, a confiar en Dios.
Este domingo es ante todo y sobre todo un domingo de oración por la causa del Reino de Dios. Es Cristo mismo, es el Papa Francisco que nos convoca a orar en esta JORNADA MUNDIAL DE LAS MISIONES. La oración es el alimento del alma, es lo que sostuvo a Cristo en toda su vida, especialmente a la hora de dar la vida por nosotros por la muerte en Cruz.
El gran pedagogo, Cristo Jesús, nos invita a orar con insistencia. Es lo que el Beato Juan Pablo II nos decía en 1979 en México: “Pero toda fidelidad debe pasar por la prueba más exigente, la de la duración. Por eso, la dimensión de la fidelidad es la constancia”.
Hoy Jesucristo, como a los primeros discípulos, nos enseña que es “necesario orar siempre sin desanimarse”. Así el Señor nos exhorta a cultivar la vida interior, en nuestro trato con él, para poder ser verdaderos cristianos. El Papa Francisco, varias veces, ha hablado de la importancia de la oración, pero este tema no lo tocan los medios de comunicación social. Jesús dice: “Es necesario orar siempre, sin desfallecer”.
En la comparación que nos ofrece Cristo en el Evangelio, nos exhorta a no desfallecer en la oración, nos invita a ponernos ante Dios en la posición humilde de aquella viuda ante el juez injusto. Es la misma recomendación que nos hace cuando nos pide que nos hagamos como niños.
Los niños como las viudas, en tiempos de Cristo, eran el prototipo de las personas más desvalidas, libradas a su suerte. Jesús nos quiere ver en esa actitud ante Dios: humildes, pequeños, pobres. ¡Qué lejos estamos de esto, tantos cristianos! ¿Nos ubicamos cada día ante Dios sintiéndonos necesitados de él?
Cristo nos desconcierta constantemente con sus enseñanzas y exigencias. Es que a Dios no se le entiende, sino que se le acepta. Al compararnos con una viuda, nos enseña a ser humildes, y al comparar a Dios Padre bueno y providente que vela por las aves del cielo y por las flores del campo, habla de aquel juez injusto que no teme a Dios ni le importan los derechos de las personas; nos invita a ver a Dios Padre en una actitud diferente. Dios no es como el juez injusto.
Aunque Dios pudiera parecerse al juez injusto, aunque nos sintamos como la viuda indefensa, es necesario seguir rezando, insistiendo, porque Dios nos escucha. No se trata de comparar a Dios con aquel juez, al que Cristo califica de corrupto, sino nuestra conducta con la viuda, con una oración perseverante.
La oración no es para tratar de convencer a Dios, sino para entrar en comunicación con él. Dios quiere la salvación de todos, el bien del mundo, la felicidad de cada uno. Lo que resulta muchas veces es que los planes de Dios no coinciden con nuestros intereses egoístas. Dios quiere que seamos fieles a la voluntad de Dios, “hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo”, es lo que nos enseña a pedir en el Padre nuestro.
No hay duda, la oración nos ayuda a sintonizar con la longitud de onda de Dios y, desde ese preciso momento, ya es eficaz. Jesús decía a su Padre en la oración del Huerto de los olivos: “Padre, pasa de mi este cáliz, pero no se haga mi voluntad sino la tuya”. Por ello, nuestra oración no es la primera palabra, que espera respuesta de Dios. Es ya respuesta, porque Dios ya ha dicho su Palabra. Nuestro acercamiento a Cristo “ya está allí”. Nuestra oración es eficaz porque Dios está ya deseando nuestro bien, como nos dice el Catecismo de Juan Pablo II, comentando el pasaje de la mujer samaritana: “Cristo va al encuentro de todo ser humano, es el primero en buscarnos y el que nos pide de beber. Jesús tiene sed. La oración, sepámoslo o no, es el encuentro de la sed de Dios y de la sed del hombre. Dios tiene sed de que el hombre tenga sed de él”.
Hoy rezamos de manera especial para que el conocimiento de Jesús llegue a todos, para que los que lo conocemos seamos testigos de él en el mundo. Pues Cristo nos dice: “sean mis testigos “vayan por todo el mundo y anuncien el evangelio”. A la oración hay que unir algún gesto de ayuda concreta y efectiva, económica o personal. La oración debe estar impregnada de compromiso y así el trabajo estará lleno de la visión de Dios. Nadie hace oración auténtica sin fe. Cristo acaba la parábola de este evangelio de hoy con una pregunta desconcertante: “Cuando venga el Hijo del hombre, ¿encontrará esta fe en la tierra?”
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