EDITORIAL

EE.UU. en crisis económica y política

EE.UU. en crisis económica y política

Las señales de debilidad económica y política estadounidense marcan un hito no sólo en ese país sino en el planeta entero

El previsible desenlace del más reciente episodio de la crisis económica y política en que está sumida la principal potencia del mundo, que sin haber despejado el riesgo de un colapso de las finanzas públicas no ha hecho más que postergarlo hasta los primeros días del próximo año, ha puesto en evidencia una vez más que Estados Unidos está atravesando por uno de los momentos más difíciles de su historia.
A diferencia de otras situaciones críticas, no son factores externos los que esta vez han llevado al extremo de poner en duda la vitalidad de la base económica y la consistencia del sistema político en los que durante 237 años se basó la prosperidad material y estabilidad democrática estadounidense. Son, de manera muy similar a lo que causó la guerra civil que entre 1861 y 1865 estuvo a punto de poner fin a la unidad del país, profundas divisiones internas las que nuevamente ponen en riesgo la preservación de los pilares básicos sobre los que hasta ahora se sostuvo el poder de los Estados Unidos.
Desde el punto de vista económico, la fragilidad y la lentitud de la recuperación económica tras la crisis de 2008 no es suficiente ni mucho menos para despejar los temores sobre la posibilidad, para muchos analistas inminente, de que tarde o temprano se produzca el colapso. Y si tan difícilmente se logró evitar que sea en este mes de octubre cuando se cruce la línea que marca el borde del abismo, mucho se teme que los frágiles acuerdos alcanzados entre demócratas y republicanos sean sólo una especie de tregua tras las que las batallas ideológicas se reanudarán con renovados bríos cuando a fines de enero y principios de febrero próximo vuelvan a cumplirse los fatídicos plazos.
Pero la dimensión económica de la crisis, con todo lo grave que es, resulta opacada por su dimensión política. Es que a las muchas dificultades que en sí misma conlleva la peor crisis económica de las últimas décadas, se suma el resurgimiento de una corriente de extrema derecha en el Partido Republicano, la fracción agrupada alrededor del Tea Party, que ha dejado de razonar en términos políticos y democráticos para hacer del fanatismo religioso, del conservadurismo ultramontano y de una especie de fundamentalismo antiestatal todo un dogma de fe.
Ha llegado a tales extremos la intransigencia de esa corriente incrustada en las filas republicanas que, como nunca antes había sucedido, la división interna pone en duda la posibilidad de que ese partido vuelva a presentarse como una real alternativa política durante los próximos años.
Mientras tanto, aprovechando el espacio vacío que Estados Unidos deja en el escenario internacional, en vista de que sus fuerzas apenas alcanzan para lidiar con sus propios problemas internos, otras potencias, como China y Rusia, no desaprovechan la oportunidad para ampliar más allá de sus fronteras su influencia económica, política y militar.
En ese contexto, no parecen exageradas las apreciaciones según las cuales las señales de agotamiento de la base económica y del sistema democrático estadounidense están marcando un hito histórico no sólo en ese país sino en el planeta entero. Razón más que suficiente para seguir de cerca la evolución de la crisis.