ESCENARIO GLOBAL

Prestigio y poder blando

Prestigio y poder blando

Alberto Zelada Castedo.- La reciente contienda entre republicanos y demócratas a propósito del presupuesto federal y de la deuda pública, ha traído una serie de consecuencias tanto en el sistema político interno como en las relaciones internacionales de los Estados Unidos. Los efectos en uno y otro ámbito están conectados.
En el ámbito interno, una de las consecuencias más relevantes es la percepción que ha surgido en la ciudadanía sobre el comportamiento de los líderes políticos y sobre el funcionamiento de determinadas instituciones del sistema.
Según una reciente encuesta del centro Pew, es evidente el descontento con el funcionamiento del Congreso. Ocho de cada diez de los consultados se manifiestan descontentos por la forma como "se están haciendo las cosas" y, en especial, por las "largas batallas fiscales". También es patente que el "sentimiento en contra de los legisladores actuales" es alto. Un 74 por ciento de los consultados quisiera que la mayoría de ellos sea derrotada en las próximas elecciones de "medio término". Por otro lado, en una encuesta de CNN el 86 por ciento de los consultados no aprueba el trabajo del Congreso.
El mayor costo de este malestar lo pagan los republicanos. De acuerdo con la encuesta de CNN, el 54 por ciento de los consultados cree que el control republicano en la Cámara de Representantes "no es algo bueno". A su vez, el 64 por ciento piensa que el presidente de la Cámara, John Boehner, debe ser reemplazado.
La percepción del trabajo de los demócratas, incluido el presidente Barack Obama, es más favorable. El 44 por ciento de los consultados manifiesta que aprueba la labor del presidente. Por otra parte, según la encuesta de Pew sobre posibles preferencias de los votantes en las elecciones legislativas del próximo año, los demócratas reciben el 49 por ciento de las preferencias y los republicanos el 43 por ciento.
Al parecer, lo que más preocupa a los ciudadanos es la parálisis del sistema político y, por consiguiente, de la administración del estado, como secuela de las dificultades con las que tropiezan los principales actores políticos para gestionar sus diferencias de manera constructiva y alcanzar acuerdos. Esta dificultad se hace ostensible en aquellos casos, como los del presupuesto, el límite de la deuda y el régimen migratorio, que requieren por fuerza la aprobación de leyes en el congreso. La parálisis, aparte de perjudicar el buen funcionamiento de la administración, dificulta el logro de importantes metas, como la mejora del sistema de salud y los necesarios ajustes en el régimen impositivo.
La imagen que proyecta el sistema político estadounidense, tiene innegable efecto en la gestión de la política exterior y en las relaciones internacionales del país. Contribuye, sobre todo, a fomentar la elaboración de particulares percepciones en el exterior.
Algunos observadores, como el periodista británico Timothy Garton Ash, piensan que estos sucesos contribuyen a la "erosión del poder" de los Estados Unidos. No muy diferente es la apreciación de la BBC que encabeza uno de sus comentarios con este título: "Estados Unidos: un país cada vez menos gobernable" o la del diario El País de Madrid que titula otro comentario de esta manera: "La crisis pone en entredicho el liderazgo mundial de Estados Unidos". No menos coincidente es la valoración del conocido columnista de El País, Joaquín Estefanía, para quien lo que ocurre en los Estados Unidos es la "expresión pública de una incapacidad que limita a ese país como líder mundial".
En cierto sentido, estos comentarios encubren el que tal vez sea el íntimo pensamiento de sus autores: que las crisis del presupuesto y del nivel de la deuda pública afectan o, inclusive, debilitan el poder de los Estados Unidos en la arena mundial. En verdad, lo que estas crisis y, sobre todo sus consecuencias en el sistema político, afectan, es el prestigio de los Estados Unidos. Dicho en otros términos, afectan uno de los más importantes instrumentos del denominado "poder blando" del país. Por contraste, los recursos de su "poder duro" –estratégicos y económicos globales– se mantienen.
La presente situación mundial se presta más al empleo, por las grandes potencias, de su poder blando más que de su poder duro. Este último sirve, sobre todo, para "disuadir" y en el presente lo que más importa es "persuadir", para lo cual es más eficaz emplear el poder blando.
En los últimos años, los Estados Unidos se han esforzado en persuadir a muchos otros países sobre la conveniencia de fortalecer los sistemas democráticos, las técnicas del buen gobierno, los derechos y las libertades individuales y la buena dirección de la economía. Después de lo ocurrido en las recientes disputas por el presupuesto y la deuda pública, que han puesto de manifiesto un enfrentamiento más político que por razones económicas y una imposibilidad de lograr acuerdos entre representantes de amplios sectores de la sociedad, es legítimo dudar de la capacidad persuasiva del país en el ámbito internacional. Cualquier nuevo intento en esta línea, por lo menos en el corto plazo, puede tropezar con la respuesta implícita del interlocutor en sentido de que sería bueno arreglar primero las cosas en casa, antes de salir a proponer algún curso de acción. El solo hecho de que la reciente crisis haya obligado al presidente Obama a suspender su viaje al Asia y su asistencia a una importante reunión cumbre de la región, demuestra de qué manera los entuertos internos debilitan la presencia estadounidense que, en buena medida, se nutre de prestigio y sirve para cosechar prestigio.
El punto al que ha llegado el prestigio de los Estados Unidos no es por supuesto irreversible. Sin embargo, puede tomar un tiempo conseguir que las imágenes externas sobre el país cambien y se tornen más benignas.