La noche que Ramón mató a Adela

La noche que Ramón mató a Adela

Oscar Díaz Arnau.- La noche que Ramón mató a Adela, Adela ya se había muerto hace mucho. Y por mucho que Ramón se empecinara, nada cambiaría su historia, aunque la matase dentro del Festival Internacional de la Cultura de Sucre…
Ramón vino y se sentó al lado de Homero, porque Homero estaba también la noche de Adela. Lo escuchó pacientemente, asintiendo con la cabeza todas las veces que la verdad estuvo del lado del beniano. Después sí, delante de nosotros, mató a Adela.
Como de costumbre se presentó con sus anécdotas, sus chistes, sus supersticiones; simple, traslúcido como un Ojo de Vidrio, porque así le dicen a él. Al igual que Homero, ameno estuvo Ramón, divagó un rato perdiéndose en recuerdos ajenos al encuentro literario y en algún momento aterrizó en el Archivo y Biblioteca Nacionales.
Seguramente lo tenía todo planificado y por eso comenzó a lisonjear a las mujeres, yo creo, para aminorar la pena social cuando hubiera consumado su objetivo de matar a Adela. Según él, ellas piensan en conjunto mientras que el hombre solo en él; “yo y el universo”, dijo Ramón.
Con desparpajo iba dirigiéndose a nosotros, tal cual lo había hecho también Homero; solo que Homero no mató a nadie. Mientras el beniano hacía una remembranza de la carta, de cómo antes mojábamos con la lengua el borde triangular del sobre para mandarla cerca o lejos, Ramón cavilaba. Eso creíamos, en realidad pergeñaba.
¿Estaría concibiendo lo que dijo después, que los mayores héroes cochabambinos son mujeres?; tenía que congraciarse con el género de Adela. Nostalgioso Ramón, como Homero escarbó en la memoria cierta literatura empapelada, hasta que achicando la voz, los dos, terminaron admitiendo que leen en tableta electrónica. Así, se justificó Ramón, es más fácil cargar 7.000 libros en cada traslado.
Nadie le saca de la cabeza que los escritores hacen lo suyo para la ‘clase media urbana’ y que por eso no se lee en otro lado que no fuera la ciudad. Bolivia, para Ramón, destaca en otras cosas, y por eso concluimos que no hay que exigirle al país más lectura de la que tiene.
“Los libros resuellan”, dijo Ramón, pero siempre y cuando estén libres, nunca encajonados. De todos modos a los suyos los vendió y con esa plata se compró una tableta y sin pensarlo se reinventó: comenzó a juntar libros electrónicos. No sintió dolor al desprenderse de los de papel, dijo, porque los convirtió en nostalgia.
Era una noche mágica la de Adela, y faltaba el postre… El Cachín escuchaba sereno: parecía afilar los dientes para saltar con fiereza a la testera. Como Ramón y Homero, Luis H., en el encuentro de literatura y cibercultura, presumió —no sin melancolía— de cargar su nostalgia en tableta electrónica.
¿Cómo Ramón mató a Adela? Eso lo sabemos los que estuvimos esa noche: solo a él se le podía ocurrir matarla en el Archivo y Biblioteca Nacionales. Primero, dijo que entre los autores de las mejores 15 novelas del país hay cuatro cochabambinos: “Nataniel Aguirre, Adela Zamudio, Marcelo Quiroga Santa Cruz y este cojudo”. Los tres que no son él, dijo, “no contestan al teléfono”. Y entonces (la) remató: “Ustedes llaman a Adela Zamudio y no tiene celular; creo que ha muerto…”.
Nadie sabe si Ramón, el maravilloso cojudo de esta historia, pasó la noche en un calabozo, rezándole a la estampita de algún santo; si asistió como todo el mundo al concierto de Molotov o si solo recostó su cansancio en la cama de hotel que le asignó la organización del FIC. Lo único que hizo él delante de nosotros es matar a Adela, a la mismísima Adela Zamudio. Después se fue, tratando de no dejar rastros de su crimen.