RESOLANA
¿Llegó el hastío?
¿Llegó el hastío?
Carmen Beatriz Ruiz.- No me refiero al estío, que está llegando con los veranos, veranillos y húmedos bochornos con que nos premian los últimos meses del año. Me refiero al hastío, palabra que según el diccionario proviene del latín fastidium y que, tal como ésta suena, se puede cambiar por sinónimos como tedio, disgusto, molestia, agotamiento o cansancio de algo (comida, trabajo) o de una situación.
En los últimos quince años de nuestra reciente historia, en Bolivia hemos pasado sucesivamente por etapas que fueron desde la euforia de las tensiones y conflictos con que iniciaba el siglo XXI, abundantemente condimentadas con discursos y movilizaciones de distintas posiciones ideológicas, hasta la exacerbación de las confrontaciones del discurso, siempre en campaña, del Movimiento al Socialismo (MAS) desde el 2006, cuando ya en función de gobierno, líderes máximos, intermedios y de base se encargan de repetirnos que sólo hay dos posibles posiciones, la de ellos (la buena) y la de quienes no piensan como ellos (la mala, la equivocada, la oposición, la antipatriótica, etc.).
La estrategia de poder que decidió partir el mundo en dos mitades irreconciliables y asumir esa dicotomía en términos simples y simplones de lo bueno y lo malo y vincularla a la adhesión ciega al “proceso de cambio” llevó hasta el absurdo. En un régimen que se precia de construir un Estado laico, si no acatas rigurosamente la palabra santa del discurso oficial, expresada además por la boca dogmática e inapelable del líder espiritual, estás en contra de la justicia, de la equidad y de todo el santoral izquierdista. Pero tanta adrenalina durante tanto tiempo cansa.
Pueden verse algunas señales de cansancio en los votos de las últimas elecciones, con los que, a gritos, la ciudadanía trató de decir que prefería equilibrio de poderes; en el interés con que se sigue el renacimiento de la voz, varios años opacada, del Defensor del Pueblo; en las audiencias fieles de los maltratados medios de comunicación que todavía no están en las manos voraces del gobierno y de sus allegados y en la apática desconfianza con que la población sigue las inauguraciones de obras huecas y sosas, destinadas a la inutilidad, como los abundantes mercados cuyos puestos vacíos se cocinan al fuego lento de las calaminas y el olvido. Puede que haya otras señales, pero si sus sonidos son discretos, no serán reconocidas, lo cual no quiere decir que no existan, ya se sabe aquello de que “Si el río suena…”.
Los idilios entre la política y la gente siempre han sido relaciones peligrosas. Necesitan lisonjas, tensiones y adrenalina, es cierto, pero también requieren de la paz constructiva y fructífera que dan el respeto y el diálogo. No funcionan con el “si te quiero te aporreo” y las cuentas de colores pierden su eficacia a la luz de las necesidades, pero aun si, como dice el refrán, cuando la necesidad entra por la puerta, el amor escapa por la ventana.
El hastío no lleva necesariamente a la acción inmediata, primero conduce al desencanto y a la apatía. Como en los viejos matrimonios que siguen juntos por interés, la pasión cede paso al tedio y éste al agobio. La fórmula de “hasta que la muerte los separe” no asegura amor ni felicidad, sólo hastío.
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